Capítulo 60

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Grisel ha querido hacer de nuestro compromiso un secreto. Es muy ingenua, no me cabe la menor duda, pues una niña como Lindsay, llevada por la emoción al escuchar tal suceso (y admirar el anillo empecinándose en decir que yo no lo había elegido), puede gritar tan fuerte que los vecinos que colindan su casa alcanzan a escuchar que la chica salvaje se unirá en matrimonio con aquel español insulso que sigue sin acostumbrarse a hablar inglés.

Ya una vez hecha la declaración, hemos tenido que soportar que todo mundo quiera felicitarnos con sus típicas sonrisas sin sentimiento y que, además, deseen ayudarnos a elegir toda clase de aditamentos para la celebración.

La morena ha dejado en claro que puede manejar la situación sin que se le desborden los nervios hasta el punto de llorar de descontento. Tan solo permite que sean su amiga Lindsay, Helen y la pintoresca señora Ángeles quienes la ayuden a decidir el lugar, la comida, la música, los colores, los arreglos florales (bla, bla, bla). Me ha dejado a un lado y no la culpo. Quizá mi manera de pensar, tan sencilla y práctica, sea lo último en moda para nuestra boda.

-¡No puedo más, Marco!

Abandono el trabajo de masajear sus hombros mientras hojea las revistas que alguna vez le sirvieron a Helen para su boda, y le planto cara con preocupación:

-¿Qué?, ¿por qué? ¿A qué te refieres?

-¿Y si nos casamos en el templo del condado?

-Que yo recuerde- rebato con el tacto suficiente para no despertar en ella el demonio que a veces la domina-, habías dicho que esa sería vuestra última opción, en caso de contagiarte por una clase de peste o algo así.

Se muerde los labios y vuelve su mirada a la revista. No quiere hacer evidente que ya ha empezado a llorar, pero es justamente una lágrima valiente quien, en medio de un silencio sepulcral, golpea la hoja donde una modelo rubia luce un vestido blanco que a mi parecer es bastante incómodo.

-Es que...- solloza con fuerza y se pone en pie de un salto, dejando en claro que no quiere que me acerque-, ¿y si es mala idea hacerlo en el jardín? Lindsay dice que sería estupendo contraer matrimonio en un castillo y Helen alega que es mucho más romántico si adecuamos un espacio en la playa. Ni se diga de la señora Ángeles, que prefiere que no hagamos nada de eso como prueba irrefutable de que somos los jóvenes partisanos que cambiarán la historia de las ceremonias católicas.

-Si me permites opinar- carraspeo para liberar una buena risotada que ya se atoraba en mi garganta-, a mí me mola bastante la idea de celebrar la misa en el jardín de vuestra casa.

-¿Ah, sí? –Grisel deja de darme la espalda para regalarme la tenebrosa imagen del demonio que no sé cómo carajos ha emergido de la prisión que componía una parte de su corazón. Los ojos marrones centellean y sus puños están dispuestos a descargar su furia contra mi ya curtido cuerpo-. ¡¿Y por qué putas no te has dignado a hablar hasta ahora?! ¡¿Es que acaso me desposo sola?!

¿Qué? ¡¿QUÉ?!

-¡Pero si desde al principio me dijiste que ayudaba más cerrando la boca!- me defiendo.

Se acerca a mí dispuesta a acabar con mi vida por osar contestarle de esa manera, sin embargo me hago cojonudo y le planto cara:

-A veces sois exasperante.

Se lo digo a la nada, gracias a Dios, y tengo que seguirla hasta la cocina donde ya avienta cacerolas, abre armarios y los cierra con portazos para hacer evidente que está furiosa. Así que me toca cambiar de táctica:

-Ya que quieres un poco de ayuda, me haría flipar que el vestido no fuera tan abombado y que vuestro cabello estuviese suelto. –Asiento con energía pues me parece un alivio decir lo que pienso-. Las rosas son siempre las predilectas, por lo que un buen cambio sería elegir ¡hasta unos malditos helechos!

He captado su atención, aunque no quiere hacerlo manifiesto. Rompe la cáscara de un par de huevos con delicadeza.

-¿La comida?- me acerco un poco más a ella, rozo ligeramente mi pecho con su espalda recta-. Un buen estofado, pescado a la grisell, dedos de queso, pastel de carne ¡puñeteras gomitas rojas como merienda! Si de invitados se trata, ¡a la mierda todos los cotillas!

La chica se voltea con una enorme sonrisa, sacándome de quicio, y me roba un beso ligero en los labios:

-Yotambién pienso que las rosas no son buena idea. ¿Te parece la salvia azul?¿Verdad que el jardín es el lugar perfecto para casarnos?

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora