Capítulo 67

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No sé cuál es el contenido de tantos sobres, lo que promueve en mi sistema unas ansias intensas por averiguarlo. Mi situación se complicó en cuanto Marco decidió actuar con parsimonia: se acostó en la cama, acomodándome con dulzura entre sus brazos, pegando su pecho desnudo a mi espalda, y me obsequió unos cuantos besos en la nuca y el cabello. Murmuró cursilerías que ya no fui capaz de escuchar hasta que sus manos, por un momento inertes en mis muslos, se posaron sobre el primer sobre blanco.

-Cierra los ojos, morena- me dice en un susurro, provocándome cosquillas ahí donde su aliento acaricia el lóbulo de mi oreja-. Y escucha con atención...

12/ 03/ 1996

Estoy a punto de emprender el viaje. En una hora parto al aeropuerto, me montaré al avión que me llevará a vos.

No sé qué aspecto tendrás, ni cómo te comportarás. ¿Me recordarás? Seguro que no, lo que me llena de tristeza, siendo totalmente sincero. Pero me lo merezco, ¿sabes? El no poder dormir tranquilo desde que tengo 12 años se debe solamente a mí y mi cobardía. No cumplí la promesa de protegerte aun si vuestra abuela me visitara en sueños con mirada furibunda.

Llegar a vuestro condado me traía recuerdos tan agradables que dolían. Abandonar este mi hogar, y a las personas que lo conforman, no se compara en lo absoluto con la decepción que sufriría si no me aceptas como vuestro amigo.

Espero encontrarte tal y como puedo evocarte: fuerte y bravía. No quisiera que la guerrera capaz de vencer piratas y dragones no fuese ya más que una princesa reprimida. Eras la única niña que no me hacía sentir invisible. Luchabas conmigo, codo a codo, y hasta me plantabas cara cuando me lo merecía. Nadie nunca lo había hecho, rehuyéndome incluso por mis boberías.

No sabrás, en primera instancia, que mi intención es solo conocerte, pues mi padre en realidad ya forjó para mí un futuro que aunque conveniente, a mí me vuelve desgraciado, al igual que a la piba con la que he de casarme. ¿Qué mal podría suceder? Estaré más que contento si descubro que eres feliz con un joven que sepa entender a la bravía que seguro sois. ¡Debe hacerlo el muy empollón!

Allá voy, amiga mía.

Marco

20/03/1996

No recordaba que el condado fuese tan pequeño. No sabía, en realidad, que todos los pueblerinos se conocen. Mi colega Bástian, gran socio y hermano, ha decidido emprender este viaje conmigo, pues la Academia requiere de nuestros servicios más de lo que preveníamos. Salimos por la mañana para tomar el desayuno en el restaurante que hasta ahora, ya una semana visitándolo, es nuestro favorito.

Creí que os encontraría después de largo tiempo, el necesario para habituarme a las costumbres de vuestra gente y pasar desapercibido, pero no ha sido así. En realidad, resultó de lo más bochornoso. Me tropecé a mitad de la calle y tu risa, el inconfundible canto de una calandria, llegó a mis oídos cuando aún no me recuperaba del golpe que sufrí en la rodilla. Bástian me ayudó a auparme, y con enfado os pregunté si te había molado el espectáculo. Agradecí a Dios que te haya dejado un poco espantada para que ignoraras que mi inglés es horrible, aunque mi colega me imparta clases todos los días.

Os marchaste con prisa, ondeando con orgullo el bello portento que es tu cabello, ya no aprisionado en coletas. Creí conveniente mantenerme aún más tiempo de incógnito, pues la vergüenza de mi caída me impedía presentarme a vos como un hombre maduro, incluso galante. Pero tampoco ocurrió así, pues ya de regreso hacia mi apartamento os vi golpeando a un empollón, tirado en el suelo a merced vuestra. Te separé de él estupefacto. Ya no luchabas contra enemigos imaginarios, sino que lo hacías con personas de tu vecindario.

Estabas fuera de sí, lo que me dolió un poco. El hombretón apestaba a alcohol, por lo que hacer algo por él me resultó hostigoso. Alegabas que vuestra bicicleta había sido aplastada por el auto que conducía uno de los amigos de aquel desgraciado. No sabía cómo decirte en inglés que te creía, y de paso presentarme como el hombre que había comprendido, tan solo por esa escena, que realmente me necesitabas, como lo había predicho vuestra abuela. Así que me vi en la necesidad de preguntarte que si hablabas español. ¡Respondiste que sí!

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora