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Isabella.

No sé que hacer. Sé que talvez debería intentar de contactar a Arturo para que venga por mí, para que atrapemos a Massimo.

Pero es que no puedo.

Simplemente, hay algo que no me deja.

No quiero ser débil. Ni parecer vulnerable.

No quiero que mis sentimientos sean una debilidad.

Odio eso.

Prometí que no dejaría que me gobernaran mis sentimientos.

—Isabella.—Adam toca mi puerta.—te traje algo de comer.

Al momento de oír comida, mi estómago ruge, por lo que no me demoro en abrir la puerta.

—toma—me entrega un plato de comida—tienes ropa en un cajón, usa lo que desees.

—Adam...—lo detengo antes de que se vaya—tú ya... ¿Ya comiste?

Que estúpida.

¿Cómo pregunto algo así?

¿Por qué a él?

Odio ser débil.

—Si bella, yo ya comí—sonríe.

—bien...

—recuerda, te puedes ir cuando quieras, no estás secuestrada aquí, solo avísame para pasarte dinero si te quieres ir—dice dedicándome una mirada suave.

—¿de dónde sacas dinero?—pregunto por qué se me hace raro que tenga dinero, ya que le congelaron las cuentas por él su visita a la cárcel.

—tengo mis recursos—me guiña el ojo.

—¿Recursos ilegales?—inquiero.

Niega.

—Tranquila, no es dinero cochino.—asegura—come, se te enfriará.

Sin decir más sale de la habitación.

Maldito y débil corazón...

Adam.

Me voy de su habitación con el corazón contento. Me encanto ver su preocupación por si había comido o no.

Me hizo sentir un sentimiento de familiaridad, me hizo sentir como si estuviéramos casados, y ella fuera mi esposa.

Me encanto.

Es una fantasía, un deseo que me encantaría cumplir.
Es un sueño hacerla mi esposa.

Espero que prontamente una realidad.

Me fascinó verla nuevamente, aunque sea en las lamentables circunstancias.

Quise abrazarla y no soltarla más, pero entendí que podría ser incómodo para ella.

Con su imagen en mi mente, me voy a la cama.

No puedo dormir. Más bien no quiero. Me duele el estómago de la emoción de tenerla bajo mi techo.
Me emociona tener aunque sea una esperanza de que sea mi mujer. O que ella lo acepte, porque en el fondo sé que siempre ha sido mía, y ella también lo sabe.

No la veo como un objeto, la veo como mi mujer.

Solo mía.

Mía.

Mía.
Mía.

Lo fue antes, lo es ahora, lo será en un futuro.

Es un hecho.

Miro el techo repitiendo una y otra vez el recuerdo de su preocupación por mí, joder me encanta.

Unos ruidos me hacen levantarme.
Más que ruidos son gritos.

De Isabella.

Mierda.

Corro a su habitación.

—¡NO!— se aferra a una almohada—¡SUÉLTAME, POR FAVOR, DEJAME RESPIRAR NO ME HAGAS ESTO!

No, no mierda.

Con una velocidad increíble me acerco a ella y la abrazo.

Con el corazón en la mano la coloco en mi pecho para poder calmarla.

—Shh, mi vida, soy yo...—le acaricio la cabeza—aquí estoy.

—¿Adam?—pregunta sollozando.

—Si, si, aquí estoy—beso su frente.

—Adam no me dejes, no dejes que él me haga daño... —Llora aferrándose a mi pecho.

—No te dejaré sola, nunca más mi vida—la abrazo disfrutando como ella me lo devuelve.

Nota: les dejo esto aquí espero les guste☆

𝓶𝓪𝓵𝓭𝓲𝓽𝓸 𝓵𝓪𝓭𝓻𝓸𝓷 |Editando|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora