Naerya es la hija mayor del matrimonio de Alicent Hightower y del Rey Viserys I. Muchos consideran que su belleza solo se ve opacada por su poco tacto, su carácter fuerte y su malcriadez. Ella es amante del juego de seducción y poco creyente del amo...
Aemond se había llevado a la joven fuera, Aegon quiso seguirlos pero la mano de su padre en su hombro lo detuvo y lo entendío, sólo su hermano era (o sería) su esposo, no había lugar para él ahí.
Terminaron sentados en el jardín junto a uno de los maestres que le revisaba la herida.
—¿Cómo se te ocurre agarrar el filo de una espada con tu mano? —juzgó su prometido con voz severa.
—No la agarré como tal, apenas apoyé mi piel contra la espada para moverla. —
—¿Sabes cuál es la espada que tiene Daemon? —
—Dark Sister. —susurró.
—¿Hecha de qué? —
—Acero valyrio. —
—¿Entonces cómo se te ocurre siquiera acercar tu mano? Entendería si no lo supieras, pero lo sabes y vas a meter la mano ahí. —
Claro que lo sabía, el acero valyrio era mucho más liviano como así también más fuerte y afilada, pero no lo pensó, no estaba analizando tanto las cosas, ¿y por qué no lo hizo? Porque confiaba en Daemon, en que no le haría daño, por eso fue incapaz de analizar que aún si él no hacía fuerza su espada seguía siendo un peligro.
—Lo siento, no quería que arruinaran mi boda más de lo que ya lo estaba. —se echó hacia atrás aún con su mano estirada para el maestre.
—No vayas a quejarte cuándo te cosan la herida. —avisó.
—¡¿Qué?! —se sentó derecha de golpe.
—Sólo bromea, mi princesa, está lejos de necesitar eso. —mencionó el maestre que estaba apunto de vendarla.— pero si el príncipe Daemon hubiera movido al menos un milímetro su espada o usted habría hecho un mínimo de fuerza la historia sería otra. —advirtió.
Aemond no podía retarla más si él la había dejado sola, sin embargo un pequeño susto la haría entrar un poco en razón.
Lo que quedó de la boda estuvo lleno de tensión en esa familia, pero pasó (por suerte) desapercibida para los invitados.
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—Aemond, ¿estás loco? —
El príncipe la tenía levantada, con las piernas de ella enganchadas en su cintura y los brazos en su cuello, la tenía contra la puerta de sus aposentos sosteniendola por el culo.
—Ya estamos casados, ya nadie nos puede decir absolutamente nada. —volvió a besarla.— Además quiero que todos te escuchen gemir mi nombre pidiendome más. —mencionó entre besos.
La cara de la joven estaba roja, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, le avergonzaba un poco eso pero sin duda le gustaba. Era contradictorio, no le gustaba que la apartará de otros hombres pero le gustaba mucho cuándo la reclamaba como suya cuando estaban juntos.