CAPÍTULO XXXXVII

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Sin dudas Aemond no iba a dejar pasar los actos de sir Cole y, aunque en algún momento le aprecio, no tuvo ni un poco de piedad. Primero hizo que él mismo se despojara de su armadura y ropa, públicamente en el patio hizo que le amputaran su miembro viril manchando de sangre su capa blanca, dejó que la gente lo humillara, le gritará y arrojara cosas, cuándo eso fue suficiente lo ató por el tobillo a un caballo y dejó que este corriera hasta, luego de varías horas, el muriese. Los gritos del hombre se habían escuchado por todo el castillo, la fricción contra el suelo había acabado con cualquier rastro de piel que antes hubiera tenido, se lo dió de comer a Cannibal como una forma de agradecerle que haya traído a su esposa a su lado y de no dejar que el malnacido ese tenga algo cercano a una tumba.

Naerya se había mantenido observándolo agonizar mientras le encargaba varías cosas a los sirvientes. El aire fresco y sus gritos le habían hecho más que feliz y, por supuesto, la atención de su esposo, no quería apartarse de ella ni un momento y la verdad es que ella tampoco quería hacerlo.

Y si eso le había traído satisfacción ahora venía el plato principal, Alys Rivers, esa maldita cucaracha que aún la miraba con soberbia, como si no le tuviera miedo a morir, o quizás estaba tan resignada que buscaba molestarla hasta en sus últimos momentos de vida.

Mientras sir Cole había estado sufriendo había ordenado que hicieran que la mujer se desnudara, se diera un baño lo más caliente posible hasta el punto de quemarla pero no matarla por eso e hizo que arrastrandose llegará hasta donde ella la esperaba.

Y aunque hubiera disfrutado una humillación pública necesitaba espacio y silencio para hacer sus cosas. Cerca de los dragones y fuera del castillo se colocó un poste de madera dónde la bastarda estaba atada.

—¿Me quemarás viva? —ella habló pero fue ignorada.

Vió como algunos hombres habían cavado alrededor de ella, como dejándola en un poco profundo y pequeño pozo, una que otras hierbas fueron colocadas en dicho lugar.

—Quieres mi sangre. —mencionó cuándo logró analizar que hacía.

—Cortenle la lengua. —ordenó Aemond cuándo notó la molestia que estaba causando en su esposa.

—Aemond ¿dejarás en serio que me hagan ésto? —intentó rogar pero ya no funcionaba,  él ya no bebía los filtros de amor y, como decía Naerya, su magia no podía atraerlo mientras su esposa estuviera cerca.— Princesa, si me dejara ayudarla haría grandes cosas, matarme no le convendría realmente. —

—¿Se acabó la arrogancia con la que viniste? —se burló la joven mientras juntaba algunas cosas que le habían traído. Es evidente que no recibió más respuesta porque le habían arrancado la lengua.— Dejen la lengua en el pozo. —ordenó mientras comenzaba a hacer cortes profundos en toda la piel de la mujer.— Quería que sufrieras por días, pero tengo apuro, es una lastima. —la sangre poco a poco iba cayendo y llenando el pequeño pozo mientras la mujer seguía con vida.— No sé si esto te matará, espero que no, quiero que sigas agonizando. —le apuñaló el vientre repetidas veces hasta que estuvo segura que la sangre del niño también se estaba vertiendo.

De vez en cuándo metía sus dedos en los cortes de la bastarda para hacerla chillar aún más de dolor, vió como caían sus lágrimas y como intentaba suplicar mas no se le entendía sin una lengua nada de lo que intentara decir. La odiaba, realmente lo hacía, pero su crueldad también partía del hecho que necesitaba ejercer poder sobre alguien más, necesitaba volver a sentirse alguien de poder, de la realeza, pasó demasiados meses en cautiverio, como un animal herido, necesitaba probarse a sí misma que no lo era, ella no era una maldita presa, era un dragón, una bestia que debían temer, respetar y hasta glorificar.

Amor o DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora