CAPITULO XX

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Otra vez estaba subiendo esa maldita escalera. Uno. Dos. Tres. Contaba los escalones hacia su muerte. Porque sí, ahí se terminaba su vida, agradecía y disfrutaba lo que había hecho Daemon pero si su abuelo la llamaba es porque lo sabía, si ayer no fue tan rudo hoy la colgaría o quizás la empujaria por las escaleras. Tocó su cabeza, no sabía si le dolía por lo que le había arrancado cabello, por el golpe o por la resaca. Seguramente era todo eso junto.

—¡Confiesalo! —gritó apenas la vio, la tomó del brazo con extrema fuerza y la echó contra un sillón, estaba segura que habría caído y arrastrado el mueble al suelo si este no hubiera sido tan pesado.

—¡No hice nada! —y era verdad, sólo había divagado y a Daemon se le había ocurrido hacerlo, porque asumía que la acusaba de eso y no de salir a una taberna con él, de eso si era culpable.

—¡No me hagas decirlo dos veces! —tiró con fuerzas de su cabello, ella sollozo, prefería que la golpeé a que le arranqué así el pelo.

—¡No miento! ¡No hice nada! —le clavó sus uñas en las manos intentando que la suelte.

—¿¡Esperas que te crea después de lo de ayer!? —bramó, estaba furioso, no, eso era poco a como él se encontraba.

—NO HICE NADA. —dolía, dolía mucho, sentía cada hebra de su cabello desprenderse de su cabeza, quizá no se notaría luego pero a ella le dolía horrores, sin contar que amaba su cabello. Lo había pateado sin querer, solo quería alejarlo y de la manera que estaba sentada eso fue lo que a su cuerpo le pareció más razonable. Y se arrepintió con cada centímetro de éste, Otto iba a romperle la cara seguramente, quería correr, tenía que correr, había llegado hasta el picaporte pero aunque logró bajarlo y abrir unos centímetros la puerta eso fue en vano, porque su abuelo había capturado su brazo antes, lo jaló con tanta fuerza que ella pensó que se lo arrancaría, la estampó contra la pared, la cabeza le dolía horrores. Uno. Dos. Tres. Había golpeado su estómago como ella lo había hecho con él antes, luego le dió en el rostro, sintió sangre en su boca así que asumió le había roto el labio, agradecía a los dioses que no le haya tirado ningún diente, y el tercero fue en el hombro, fue el más leve porque la intención no era golpearla ahí y fue un golpe al aire, el que había soltado mientras alguien lo jalaba hacia atrás. Ella se sentía aturdida como cuando en el burdel la habían golpeado, ese golpe había sido más duro que el de ahora pero eso no quitaba que le dolía mucho, se había dejado caer al suelo.

—Dejame ver. —no prestó atención a quien era, pero quitó su mano de su boca que aún sangraba.— Te llevaré con los maestres. —sintió como la alzaban, el ruido de la armadura la estaba enloqueciendo.

Intentaba terminar de reconstruir que había pasado pero le costaba. Alguien separó a Otto de ella ¿quién? No era quien la llevaba ahora en brazos, por cierto, ¿quien era? Alzó la vista, podría ser sir Arryk o quizás sería Erryk, no lo sabía con certeza. Entonces ¿Daemon? Probablemente él había sido porque no recordaba ninguna ruidosa armadura y tenía la leve impresión de haber visto una melena platinada.

—Princesa. —sir Cargyll volvió a hablarle.

—¿Si? —no sabía si le había preguntado o dicho algo antes, no había estado prestando atención, se había perdido en sus pensamientos mientras los maestres la atendían.

—Su padre quiere que lo vaya a ver, ¿necesita ayuda para levantarse? —

—No, puedo sola. —un dolor punzante le atravesó el hombro pero no el que habían golpeado, sino el otro, el que había jalado con demasiada fuerza.

Le dolía la cabeza, mucho, demasiado, suspiró y caminó hasta llegar a los aposentos de su padre, entró mientras escuchaba a la gente gritarse, el dolor de cabeza aumentaba cada vez más. Todos le preguntaban cosas a la vez y ni siquiera podía comprender la mitad de ellas. Estaba más que aturdida.

Amor o DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora