CAPÍTULO L

1K 96 8
                                        

—¿Puedes quedarte con Maegor un momento? —la princesa preguntó.

—Por supuesto, —el niño dormía aún como su hermana también lo hacía.— ¿A dónde irás? —su esposo se acercó a ella, habían pasado dos semanas ya desde el parto.

—No quieres saberlo. —

—Irás con nuestra madre. —la tomó por las manos.

—Aegon me dió permiso. —agregó.

—Lo imaginé. —le acarició las manos sin mirarla a los ojos.— ¿Estás segura que ésto es lo que quieres? —

—Sí. —

—Está bien. —susurró.— Cuidare a los niños. —

—Lo siento, Aemond, por destruir lo que te queda de familia, pero no puedo vivir tranquila hasta que sepa que no queda nada de ella. —se soltó suavemente y salió de la habitación.

Al final ella habría matado más Hightower de los que el bando de los negros había podido, ellos mataron a Jaehaerys, Jaehaera y Vaegon, sin embargo ella mató a Otto, a Maelor, a Helaena y ahora lo haría con Alicent.

Ya que, por obvias razones, no hubo una reina consorte nueva, la reina viuda se había mantenido en sus aposentos, Naerya sintió eterno el camino, sentía muchas cosas, dolor, ira, melancolía, culpa, miedo, una más abrumadora que la otra. Abrió la puerta sin anunciarse y los guardias en la puerta simplemente se fueron, Aegon seguramente les habría ordenado abandonar el lugar cuándo ella fuera, el único presente era sir Arryk que caminaba en silencio tras de la princesa.

—Vete, Daeron. —ella ordenó pero él no obedeció.

La reina viuda estaba de espalda, presionó sus manos contra su pecho cuándo reconoció aquella voz, se giró de golpe y quedó pasmada con lo que vió.

—Me veo fatal, ¿no? —sentía que se le cerraba la garganta al hablar.— Nada comparado a como estaba antes de que me enviaras a Dragonstone. —

—Hija... —ella se levantó de su asiento.

—No me digas así, —apretó las manos con fuerzas.— eso significaría que tú eres mi madre, y no lo eres, no después de como me trataste toda mi vida, mucho menos cuándo casi causas mi muerte. —

—Naerya, nuestra madre no está bien, no hagas ésto.—

—Yo tampoco estaba bien y a ella no le importó ni una vez. —se acercó con molestia.— No me apartes la vista, Alicent, mírame, mira en lo que me convertí, en lo que me convertiste, debes estar contenta ¿no? Al fin soy el monstruo del que siempre hablaste. —

—Yo... no... —sollozaba.— Yo... temía que junto a Rhaenyra...—

—¡Nos llenaste la cabeza en contra de Rhaenyra y su familia, con prejuicios, con odio! ¡La eterna enemiga! ¿Y tú qué? ¡Te aseguraste de alejarme de mi familia cuándo ella fue buena conmigo! ¡Por tu culpa la perdí a ella! ¡Por tu culpa viví lejos de mis hermanos! ¡Hiciste todo lo posible por alejarme y odiarme sólo porque pensabas que estaba de su lado! ¡Tú fuiste peor que ella!—

—¡Naerya basta ya! —él abrazaba a su madre.

—¡Nada de basta! ¡Ella nos arruinó la vida a todos! —

—No es justo lo que dices...— Alicent lloraba.

—¡No sé si sea justo o no pero es la verdad! Y sí, me arrodille ante Rhaenyra para sobrevivir, estuve con Daemon y hace poco dí a luz a su hijo, ¿sabes? Me cuidó mucho más de que lo que tú lo hiciste y prefiero toda la vida decir que me case con el príncipe canalla que decir que fui la desabrida reina consorte de la basura de nuestro padre, —no lloró mucho por su muerte porque el afecto que le tenía se desvaneció cuándo en soledad y aprisionada descubrió que el daño que causo en la familia era mucho más grande que el cariño que le había dado.— y no terminar patética y sola enloquecida llorando en el maldito torreón de Maegor. —

Amor o DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora