Proyecto «Conociendo a Yavé».
Básicamente, el análisis bíblico de una criticona que terminó siendo Ovejhacendosa. Mis primeros pasos, pensamientos que pueden o no cambiar con el paso del tiempo.
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15 de febrero del año 2022
Pongo esta nota en el último versículo del capítulo veintiocho del libro de Job, pero en realidad el capítulo entero merece ser enmarcado en oro. ¡Qué belleza de palabras! ¡Con qué finura han sido escritas!
Como mujer de letras, no puedo hacer más que maravillarme con los recursos literarios que se aprecian en este capítulo. Como ser humano, no puedo hacer más que amar la importancia que se da a la sabiduría y a la inteligencia. Y al hecho de que se les mencione como dos cosas separadas, porque no son lo mismo.
Extraño tiempos que no viví, tiempos en que la gente realmente valoraba lo inconmensurable de la vida. Tiempos en que la gente sabía que no había nada superior a lo infinito de la lluvia (salvo Dios) y que la sabiduría era más valiosa que las perlas.
Hoy en día, mucha gente daría hasta su vida por una perla. Un buen grupo no es ni inteligente, ni sabio. Y los peores, en mi opinión, son los que idolatran la inteligencia sin reparar en su complemento: la sabiduría. Me he topado con muchas personas capaces de vomitar datos y con un uso maravilloso de la lógica, pero que carecen de sabiduría. Por ende, su brillantez es incompleta y no disciernen respecto a qué uso dar a su inteligencia. No son todos los casos, pero muchos desperdician su inteligencia engañando, estafando, lastimando.
¿Para qué sirve la inteligencia si no hay sabiduría que la encamine? La inteligencia es lógica y astucia, pero la sabiduría es sentido común y empatía. Discernimiento.
Yo quiero poder ser alguien no solo inteligente y no solo sabio. Quiero ser una mujer que conozca todas las caras del conocimiento, una que pueda ser lo suficientemente sabia para respetar (respetar más que temer) a Yavé y lo suficientemente inteligente para apartarme del mal.
