2. Las sombras de Grey, Sasha. La Verdadera.

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La playa era un remanso de paz, un refugio del bullicioso mundo exterior. La brisa del mar acariciaba suavemente el rostro de la mujer que intentaba colocar una sombrilla. Sus cabellos dorados ondeaban al compás del viento, mientras ella luchaba con la tela que se resistía a extenderse. Sus manos no estaban hechas para el esfuerzo, para el trabajo duro. Y aunque en su pasado había utilizado sus manos para tareas más placenteras, ahora se dedicaba a actividades totalmente diferentes: como colocar una sombrilla por ejemplo. Algo que se suponía era, dentro de su semana de vacaciones, sólo un trámite previo a la relajación y el disfrute. Sin embargo, mientras el viento soplaba más fuerte y más fuerte, no lograba sentirse ni relajada ni muchos disfrutaba de su pequeña frustración. Frustrada, decidió abandonar la tarea y tomó asiento en la arena, con la sombrilla en el regazo. 

En ese momento, un joven se acercó a ella con paso firme y seguro. Sin titubear, se ofreció a ayudarla con la sombrilla.

— Disculpa -dijo el joven, acercándose a ella— Te vi hace unos minutos, mientras luchabas con la sombrilla. Pero no quise invadir tu espacio personal —dijo el joven— ¿Necesitas ayuda?

La mujer sonrió aliviada y agradecida dijo

— Oh, muchas gracias. Este viento es un fastidio. —luego agregó— Sí, acepto tu ayuda. En serio, estoy a punto de perder la fe en la humanidad.

El joven sonrió y se puso manos a la obra. Fue una verdadera lucha hacerle frente al temporal, pero juntos lograron vencerlo.  La sombrilla finalmente se mantuvo en su lugar, pero no se sostendría por mucho tiempo allí.

—Gracias por tu ayuda. No lo habría logrado sin ti —dijo la mujer mientras se frotaba las manos para quitarse la arena—

— No hay de qué —dijo el joven— Aunque como están las cosas, no creo que puedas disfrutar mucho de la playa hoy. Habrá tormenta. Lo dijeron los encargados de la guardia costera. 

La mujer miró al cielo y vio que, en efecto, las nubes comenzaban a oscurecerse. Las personas que reposaban en la arena, comenzaban a ponerse de pie para marcharse. Mordiéndose los labios, la mujer dijo:

 — Supongo que me quedaré aquí todo lo que se pueda. —dijo— Mi plan era leer un poco y tal vez tomar un poco de sol. Pero ya ni sol hay.

El joven levantó la vista hacia el cielo. No. Lo único que había era negrura, y caos en el firmamento. 

—Disculpa que te pregunte esto —dijo el joven un tanto inseguro— ¿Acaso tu eres...? 

La mujer lo miró con curiosidad, esperando a que continuara.

—¿Acaso tu eres Sasha Grey? —preguntó el joven finalmente.

La mujer se sorprendió y soltó una risa suave.

—Sí, soy yo. Por favor, espero que mi reputación como veraneante no quede expuesta luego de esto —respondió señalando la sombrilla—

El joven se ruborizó y se rascó la nuca de nuevo, avergonzado.

—Lo siento si fui un poco descarado. Es solo que eres una de mis actrices favoritas.

— Bueno, te lo agradezco caballero andante —dijo— Y no te preocupes, no fuiste descarado. Estoy acostumbrada a ese tipo de "preguntas". 

Sasha miró el cielo, y cada vez más preocupada dijo:

— Me encanta la playa, aunque sea un poco complicado estar aquí a veces. De hecho, me encanta la furia del mar y las olas chocando contra los arrecifes. Es algo que disfruto mucho. De hecho —dijo revisando su morral— Mira, traigo conmigo una copia de "El rumor del oleaje" de Yukio Mishima. 

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