50. La sombra que acecha

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Los días posteriores al encuentro con Edward fueron un torbellino de pensamientos y emociones. No podía quitarme de la cabeza la imagen de ese hombre en la foto, y las palabras de Edward resonaban en mi mente como un eco constante. La idea de que alguien podría estar vigilándome, que mi vida podría estar en peligro por algo que ni siquiera entiendo completamente, me mantenía en un estado de alerta constante.

En el bar, intenté mantener la calma y actuar con normalidad, pero pronto noté que algo había cambiado. Las bromas de mis compañeros, que antes me habrían sacado una sonrisa, ahora solo me irritaban.

—Hey, Nick —me llamó uno de los chicos desde el otro extremo del bar, mientras limpiaba un vaso—. ¿Qué pasó? ¿Las estrellas de Hollywood te dejaron seco?

Las risas que siguieron me hicieron apretar los dientes. Me acerqué a él, tratando de mantener la compostura.

—Déjalo, Jeff. No estoy de humor —le dije, quizás un poco más brusco de lo que pretendía.

Jeff levantó las manos en señal de rendición, pero no pudo evitar soltar otra broma.

—Vaya, parece que alguien necesita otro round con sus chicas. ¿O tal vez deberíamos preocuparnos por los paparazzi? Nunca se sabe, tal vez ya estén espiándote.

Sus palabras me golpearon de una manera que él no podía imaginar. Algo en la manera en que lo dijo, como si supiera más de lo que decía, me hizo sentir una punzada de desconfianza. Antes de que pudiera responder, el jefe intervino.

—Eso es suficiente, Jeff —dijo con autoridad—. Respeten a Nick. Si no saben cómo comportarse, mejor callen la boca y sigan trabajando.

El bar cayó en silencio, y algunos de los chicos murmuraron disculpas antes de volver a sus tareas. Agradecí al jefe con un gesto de la cabeza y me dirigí a la barra, tratando de concentrarme en mi trabajo.

Pero mientras atendía a los clientes, no podía sacudirme la sensación de que algo andaba mal. Comencé a prestar más atención a mi entorno, a las miradas furtivas de los clientes, a las sombras que parecían moverse en los rincones oscuros del bar. Empecé a sospechar de todo y de todos.

Una noche, mientras salía del bar para tomar un descanso, vi algo que me dejó helado. A lo lejos, cerca de la esquina de la calle, había un hombre de traje oscuro y sombrero, observándome. Su rostro estaba parcialmente oculto por la sombra, pero podía sentir su mirada fija en mí.

Me quedé inmóvil, tratando de discernir si realmente lo había visto o si mi mente me estaba jugando una mala pasada. Pero cuando parpadeé, el hombre ya no estaba.

Regresé al bar, mi corazón latiendo con fuerza. Decidí no mencionar lo que había visto, pensando que tal vez solo era mi imaginación, pero la sensación de ser observado no me abandonó.

Esa noche, después de que el bar cerró, el jefe se acercó a mí mientras recogía mis cosas.

—Nick, parece que algo te está molestando —dijo con tono preocupado—. ¿Quieres hablar de eso?

Lo miré, dudando si debía contarle lo que había visto, pero finalmente decidí abrirme un poco.

—No estoy seguro de lo que vi, jefe. Pero creo que alguien me está siguiendo. O tal vez es solo que... estoy perdiendo la cabeza.

El jefe frunció el ceño, claramente preocupado.

—Eso no suena bien, Nick. ¿Quieres que llame a alguien? ¿Tal vez la policía?

Negué con la cabeza.

—No, no quiero parecer paranoico. Además, no estoy seguro de lo que vi. Solo... solo necesito estar más atento.

El jefe asintió, pero no parecía convencido.

—Escucha, Nick. Si en algún momento te sientes en peligro, avísame. No estás solo en esto. Lo que sea que esté pasando, lo resolveremos.

Le agradecí nuevamente, pero mi mente seguía en la imagen de ese hombre en la esquina. Al salir del bar, miré a mi alrededor con más cuidado, buscando cualquier señal de que me estaban siguiendo, pero todo parecía normal. Sin embargo, la sensación de inquietud no me dejaba.

Pasaron los días y empecé a notar más cosas extrañas. A veces, cuando caminaba por la ciudad, sentía que alguien me seguía. Otras veces, creía ver el mismo hombre de traje y sombrero en la distancia, pero cuando me acercaba, él desaparecía.

Mi paranoia comenzó a afectar mi trabajo. Me equivocaba en las órdenes, rompía vasos por estar distraído, y mis compañeros comenzaron a notarlo.

—Nick, ¿estás bien? —me preguntó uno de los chicos una tarde, mientras limpiaba una mesa—. Te ves como si no hubieras dormido en días.

Sonreí débilmente, tratando de restarle importancia.

—Solo he tenido unas semanas complicadas. Nada de qué preocuparse.

Pero la verdad era que apenas estaba durmiendo. Mis sueños estaban plagados de imágenes del hombre de sombrero, de Jenna y Emma desvaneciéndose en la distancia, de Edward y la caja misteriosa. Todo parecía un rompecabezas que no podía resolver.

Una noche, mientras cerraba el bar, vi de nuevo al hombre de sombrero, esta vez más cerca. Estaba al otro lado de la calle, mirando directamente hacia mí. No esperé para averiguar si desaparecería de nuevo; salí corriendo hacia él, pero cuando llegué al lugar donde había estado, no había nadie.

Me quedé parado en la calle, respirando con dificultad, y de repente sentí una mano en mi hombro. Me giré bruscamente, esperando ver al hombre, pero era el jefe.

—¿Qué demonios estás haciendo, Nick? —me preguntó, claramente alarmado.

—Lo vi —dije, casi sin aliento—. El hombre de sombrero. Estaba aquí, me estaba mirando. Pero desapareció.

El jefe me miró con una mezcla de preocupación y escepticismo.

—Nick, no hay nadie aquí. Tal vez deberías tomarte un par de días libres, descansar un poco.

Quería discutir, decirle que sabía lo que había visto, pero parte de mí también sabía que estaba al borde de la locura. Asentí, aceptando su oferta.

Esa noche, volví al hotel, pero no pude dormir. Me senté en la cama, mirando la caja que Edward me había dado, preguntándome qué significaba todo esto. ¿Quién era el hombre de la foto? ¿Por qué Edward me había advertido que tuviera cuidado?

Y más importante, ¿quién era el hombre de sombrero y qué quería de mí?

A medida que las preguntas se acumulaban, me di cuenta de que había algo más en juego, algo que no comprendía del todo. Pero una cosa era segura: el peligro era real, y no podía seguir ignorándolo.

Tenía que descubrir la verdad, antes de que el misterio me consumiera por completo.

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