12. El tesoro

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Con una mirada llena de deseo, Gal me pidió que la atara en la cama, extendiendo sus piernas y manos. Su cuerpo se movía con una gracia felina, cada gesto una promesa de placer. Me acerqué a la cama y comencé a atar sus muñecas y tobillos con las cuerdas suaves que había encontrado, asegurándome de que estuviera cómoda pero firmemente sujeta.

—Nick, quiero que me tomes como nunca nadie me ha tomado —susurró Gal, su voz cargada de lujuria—. Dime cosas sucias, insúltame suavemente. Quiero sentirme deseada, quiero sentirme tuya.

No pude evitar sonreír ante su petición, mi deseo creciendo aún más mientras terminaba de atarla. Su trasero se empinaba, hambriento y listo para ser tomado. Gal meneó sus caderas, su cuerpo temblando de anticipación.

—Como mujer casada, aún tengo muchas fantasías que no he cumplido —dijo, mirando por encima de su hombro.

Fingiendo inocencia, pregunté:

—¿A qué te refieres?

Gal sonrió, su mirada traviesa.

—Vamos, no te hagas el que no entiendes. Sé lo que quieres. ¿Sabes? Nunca me lo han hecho por detrás.

Mi corazón latió con fuerza, mi cuerpo reaccionando a sus palabras. Gal empinó sus nalgas aún más, arqueando la espalda, ansiosa. No podía resistir la tentación que su cuerpo ofrecía. Me subí encima de ella, sintiendo su humedad contra mi piel.

—Antes de ir al plato fuerte, quiero tenerte dentro. Tomame con ganas —dijo, su voz un susurro cargado de deseo.

A pesar de las cuerdas, Gal no dejaba de moverse como una diosa. Entré en ella, en su humedad dispuesta solo para mí. Sentí que me doblegaba más ella a mí, que yo a ella. Su sexo masturbándome con su humedad. Su cuerpo quebrándome mi mente y mi razón. Cada movimiento suyo me hacía más duro, más ansioso por tenerla.

—Eres un maldito chico afortunado, Nick —dijo, su voz ronca—. No sabes cuánto deseo esto.

Comencé a moverme dentro de ella, cada empuje aumentando nuestro placer. Gal gemía, su cuerpo temblando con cada movimiento.

—Sí, así —dijo, su voz un susurro—. Insúltame, dime lo que piensas de mí.

—Eres una puta increíble, Gal —susurré, mi voz cargada de lujuria—. Nunca pensé que una mujer casada pudiera ser tan deseable.

Gal se mordió los labios, sus gemidos llenando la habitación.

—Eso es, dime más —dijo, su voz temblando—. Quiero que me hagas tuya por completo.

Cada empuje nos acercaba más al clímax, sus palabras llenándome de un deseo incontrolable.

—Eres mía, Gal —dije, mi voz ronca—. Solo mía esta noche.

Gal gritó, su cuerpo temblando mientras alcanzaba el clímax. Su humedad me cubrió, su placer evidente en cada grito.

—¡Nick, sí! —gritó, su voz llena de lujuria—. ¡Eres increíble!

Cuando finalmente terminó, Gal sonrió, su cuerpo relajándose.

—Eso fue increíble —dijo, su voz suave—. Pero ahora es hora de pasar al plato fuerte, a lo prohibido.

Me relamí los labios, mi cuerpo aún temblando de deseo.

—¿Estás lista? —pregunté, mi voz un susurro.

Gal asintió, su mirada fija en la mía.

—Más que lista —dijo, su voz cargada de anticipación.

La miré con hambre, su trasero empinado y listo para mí. Mi corazón latía con fuerza mientras me posicionaba detrás de ella, mi cuerpo temblando de anticipación.

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