47. Edward y la caja

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El taxi me dejó justo frente al bar. El lugar tenía ese aire familiar que siempre me hacía sentir en casa, pero esta vez, una nube de pensamientos me acompañaba mientras atravesaba la puerta. Las luces tenues y la música suave en el fondo no lograban disipar la incertidumbre que Edward había sembrado en mi mente.

Mis compañeros estaban en la barra, y apenas me vieron, las sonrisas pícaras y los comentarios empezaron a volar.

—Mírenlo, el galán regresa —dijo Tomás, un tipo fornido con el sentido del humor de un adolescente—. ¿Qué, Nick? ¿Te lo pasaste bien con las famosas?

—¡Oye, cuéntanos! —añadió Raúl, otro de los chicos del bar, con una risa socarrona—. ¿Cuál de las dos la chupa mejor?

Rodé los ojos, intentando mantener la calma. Había esperado algo de esto, pero no estaba de humor para sus tonterías.

—Vamos, chicos, un poco de respeto, ¿sí? —dije, intentando sonar firme.

Pero ellos siguieron, sus bromas volviéndose más vulgares.

—Oh, claro, seguro que fue la pelirroja, ¿no? —continuó Raúl—. Esas suelen ser más...

—¡Ya basta! —les corté, con la voz más dura de lo que pretendía—. No hablen así de ellas. No es justo y no voy a permitir que lo hagan.

La barra quedó en silencio por un momento, y los chicos intercambiaron miradas incómodas. Antes de que pudieran responder, mi jefe, Martín, un hombre de mediana edad con una presencia imponente, apareció detrás de ellos.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Martín, cruzándose de brazos.

—Solo estábamos bromeando... —murmuró Tomás, encogiéndose de hombros.

—Bromeando, ¿eh? —Martín levantó una ceja—. Si no saben cómo tratar a una mujer, entonces les sugiero que se callen. No se permite ese tipo de lenguaje aquí. Y mucho menos con Nick, ¿entendido?

Todos asintieron, algunos murmurando disculpas, otros claramente molestos por la reprimenda. Lentamente, se dispersaron, y Martín me miró con una leve sonrisa.

—No te preocupes por ellos, Nick. Solo son unos idiotas con la lengua suelta. —Hizo una pausa y luego, bajando la voz, agregó—. Edward está aquí. Te está esperando.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Asentí, agradeciéndole a Martín con una mirada, y me dirigí hacia la mesa en la esquina del bar, donde Edward estaba sentado, bebiendo una cerveza fresca. Frente a él, sobre la mesa, había una caja de madera antigua, desgastada por el tiempo.

Cuando me acerqué, Edward levantó la vista y sonrió de manera enigmática.

—Hola, Nick. Me alegra que hayas venido.

—Hola, Edward —respondí, sin poder apartar los ojos de la caja—. ¿Qué es eso?

Edward dio un sorbo a su cerveza antes de responder, como si estuviera saboreando no solo la bebida, sino también el momento.

—Aquí, Nick —dijo, tocando la caja suavemente con los dedos—, residen todas las respuestas que has estado buscando.

Me senté frente a él, sintiendo cómo la curiosidad y la intriga comenzaban a apoderarse de mí.

—¿Qué clase de respuestas? —pregunté, intentando mantener la calma.

Edward sonrió, esa sonrisa que parecía saber mucho más de lo que dejaba entrever.

—Sobre nosotros, sobre nuestra familia... sobre ti. —Sus palabras flotaron en el aire, cargadas de misterio—. Pero antes de abrirla, hay algo que necesitas entender, Nick. Lo que encuentres aquí cambiará todo lo que crees saber.

—No entiendo, Edward. ¿Por qué tanto misterio? —sentí que la frustración se mezclaba con la curiosidad.

Edward se inclinó hacia adelante, sus ojos fijándose en los míos.

—Porque la verdad, Nick... puede ser más difícil de aceptar que la mentira. Y quiero asegurarme de que estás listo.

Hubo un largo silencio entre nosotros, interrumpido solo por el suave murmullo del bar. Miré la caja, sintiendo que su contenido me llamaba, casi con una urgencia propia.

—Estoy listo —dije finalmente, aunque no estaba seguro de cuán cierto era eso.

Edward asintió lentamente, como si mi respuesta fuera la que esperaba. Se recostó en su silla, observándome con esa misma mirada enigmática.

—Entonces, cuando estés listo para saberlo todo, solo tienes que abrirla, Nick. —Sonrió, levantando su cerveza en un brindis—. Por los misterios que están por ser revelados.

Tomé la caja en mis manos, sintiendo el peso de lo que podría contener. La curiosidad, el miedo, la anticipación... todo se arremolinaba en mi interior. Edward bebió su cerveza, como si esto fuera solo el comienzo de algo mucho más grande.

Y en ese momento, comprendí que, fuera lo que fuera lo que estaba dentro de esa caja, mi vida nunca volvería a ser la misma.

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