Capítulo 1.1

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La idea de mi negocio surgió a raíz de un cúmulo de contratiempos que me hicieron plantearme desde muy pequeño por qué todo el mundo adoraba una fiesta tan simple.

Todas mis desgracias comenzaron el día en que cumplí cinco años y mi padre cogió su maleta repleta de nuestros preciados ahorros y desapareció sin decir nada.

En ese momento me di cuenta de que el amor nunca duraba para siempre y que el día de San Valentín tan sólo era una farsa. Aunque por entonces yo ya odiaba ese día: concretamente desde que nací.

Porque decidí venir al mundo justo cuando ese idiota con alas se dedicaba a lanzar flechitas por doquier. Poco después de que mi padre huyera de casa con una mujer diez años más joven, tuve que mudarme de Los Ángeles a la pequeña ciudad de Pasadena, que parecía más un tranquilo barrio que una gran ciudad.

Mi madre, que siempre había estado conmigo, ahora trabajaba casi doce horas en tres empleos distintos para poder mantenernos en una diminuta casa de alquiler que olía a moho.

Beatrice, una gran amiga de mi madre que era algo rara pero muy divertida, me cuidaba y me contaba historias interesantes de sus viajes. Aunque me encantaban las historias de Beatrice y quería ser como ella, yo era el típico niño que no destacaba en nada: cabello castaño, gafas y pelo de hongo eran mis rasgos característicos en la niñez.

Además, siempre llevaba pantalones de
cuadritos, llenos de lazos que me obligaba a vestir mi madre. Añadámosle a esto el hecho de que yo era un poco más pequeño que mis compañeros y tendremos la combinación perfecta para que se burlaran de mí durante mucho, mucho tiempo.

Podía vivir perfectamente con todos esos problemas, pero con lo que no podía era con las mentiras que me contaba mi madre cada estúpido día de San Valentín. Porque yo sabía que el amor, ese niñito con alas que pululaba tirando flechas a lo loco, no era ciego porque sí, estaba muy claro que lo habían dejado ciego a pedradas.

El catorce de febrero por la noche, mi madre siempre me engañaba de la forma más ruin, y un día, a los siete años, harto de tantas mentiras, decidí descubrir la verdad.

—Entonces, el príncipe subió a la adorable princesa en su corcel blanco y corrieron hacia su hermoso castillo, en el que fueron felices para siempre...

—Y después ¿qué? —pregunté, un tanto confuso con el final. —Pues... Se casaron y vivieron juntos y tuvieron una docena de hijos — intentó concluir nuevamente mamá.

—¿Y quién limpiaba el enorme castillo y los pañales de los doce niños?

—Tenían numerosos criados que hacían todas esas tareas.

—¿Y quién les pagaba?

—El príncipe, por supuesto.

—¿Y qué hacía el príncipe para tener tanto dinero? ¿Era algo ilegal? —le planteé decidido, atosigándola.

—¡Por Dios, Kyungsoo, era un príncipe!
Los príncipes tienen mucho dinero.

—¿Y de dónde viene ese dinero?

—De... de los impuestos de los
súbditos.

—Así que el príncipe aumentó los impuestos e hizo que sus súbditos murieran de hambre para poder pagar los pañales de sus hijos...

—No, Kyungsoo, el príncipe no aumentó los impuestos y nadie murió de hambre. ¡Y ahora a dormir! —ordenó mi madre, intentando eludir mi interminable interrogatorio.

Indudablemente estaba llegando al quid de la cuestión y por eso ella lo evitaba.

—Todavía no has contestado a todas mis preguntas. ¿Y la princesa qué hacía? ¿Trabajaba o sólo era una mantenida? Y si no hacía nada y el príncipe se cansaba de ella y se iba con una lagartona más joven, ¿qué haría ella sola con doce hijos? ¿Tendría que trabajar tanto como tú, mamá?  pregunté apenado, llegando finalmente a la realidad de la bonita historia.

El amor nos separará (Kaisoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora