Capítulo 7.2

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JongIn se apoyó contra la puerta de su despacho y suspiró lleno de frustración. ¡Dios! Todo había empezado como un juego, él solamente pretendía darle una lección a ese malicioso doncel, pero en algún momento de su elaborada seducción se había perdido por el camino y había estado cerca de tomarlo lascivamente en el sofá, sin importarle nada más.

Ese doncel lo hacía arder con una simple mirada y cuando lo provocaba con sus impertinentes palabras, únicamente deseaba tenerlo bajo su cuerpo y hacerlo suyo. Porque intuía que la inigualable pasión que ponía en todo lo que hacía lo convertiría en verdadero fuego en la cama.

Kyungsoo era él primero que no quería nada de él: ni su fama, ni su dinero, nada... De hecho, preferiría que su famoso imperio desapareciera de su vista. No obstante, se derretía entre sus brazos. Do Kyungsoo era toda una contradicción.

Podía ser tan dulce como el mismísimo cielo y tan amargo como el infierno. Una contradicción con la que, por desgracia, tendría que tratar hasta lograr que cayera en sus redes y se rindiera.

Pero JongIn nunca creyó que estar junto a él lo afectase tanto. Tal vez lo mejor sería acabar con aquella locura, con la absurda apuesta, con las estúpidas ideas de su padre... Lo mejor sería acabar con todo.

Sí, definitivamente. Volvería al salón con el contrato, lo rompería en mil pedazos delante de él y le diría adiós para siempre a aquel doncel que podía convertirse en un verdadero peligro para cualquier hombre con sangre en las venas.

En cuanto acabara con todo eso, se marcharía nuevamente a París y lo olvidaría entre los brazos de alguna o alguno que otro modelo. Tras estar con alguno de sus antiguos amantes, seguro que no volvería a dedicarle ni el más mínimo pensamiento.

Bien. Ahora solamente tenía que recomponerse, que desapareciera aquella insistente erección de sus pantalones, entrar decidido en el salón, mirarlo a los ojos y romper el contrato, advirtiéndole seriamente que no volviera a jugar con el nombre de su empresa.

Después de eso, le pediría que se fuera de su apartamento y él volaría directo a los brazos de algún amoroso (a) examante que no tuviera una actitud tan dañina ni una lengua tan desafiante.

Salió con decisión de su despacho con el estúpido contrato quemándole en las manos, se dirigió hacia el salón y allí se encontró a Do Kyungsoo tumbado en el sofá.

Sólo llevaba puestos unos boxers de encaje negros. Toda su demás ropa estaba esparcida por el suelo. Los vasos que JongIn había dejado llenos minutos antes, estaban vacíos, como si hubiera necesitado insuflarse valor para presentar ese lujurioso aspecto ante él.

Kyungsoo permanecía tumbado, con los ojos cerrados. Parecía que se hubiese quedado dormido mientras lo esperaba. JongIn no pudo resistirse a devorar su cuerpo con la mirada, un cuerpo que aún se veía excitado: sus erguidos pezones lo tentaban, mientras tenía los brazos alzados junto a la cabeza, mostrando el bello panorama de su figura.

Sus largas piernas le hacían desear alzar aquella fruta de melocotón para hundirse profundamente en el pecado una y otra vez.

Tal vez hizo un ruido inconsciente o él se despertó al percatarse de su presencia, pero la impertinente mirada de sus hermosos ojos castaños y sus incitadoras palabras pusieron fin a cualquier resto racional que quedara en su mente.

—Has vuelto. ¿Terminarás lo que has empezado o tengo que ir en busca de
Suho? —lo provocó Kyungsoo, consciente de que la mención de otro hombre lo sacaría de sus casillas.

El contrato resbaló de las manos de JongIn cayendo al suelo y quedando olvidado, y por primera vez en su vida, no pudo pensar en otra cosa que no fuera él tentador doncel que tenía delante y en hacer realidad los calenturientos sueños que lo habían estado atormentando desde que lo conoció.

El amor nos separará (Kaisoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora