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Dicen que el dinero hace feliz a las personas. Por eso todo el mundo hace lo que hace para conseguir dinero y ser feliz (ya sea de manera legal o no). Muchos se inspiran en personas que lo tienen todo...porque creen que ellos son felices. Lo extraño del juego del dinero, es que cuando se llega a tenerlo, ese sentimiento de felicidad y satisfacción casi nunca se presenta. Las personas continúan buscándolo a través de más dinero, pero no lo encuentran. Es ahí cuando se desesperan, dejan de ser ellos mismo, pierden su esencia y también el dinero; y finalmente, pierden hasta las ganas de vivir. 

Es una suerte saber que aún existe un grupo de personas que ve las cosas de manera distinta: los que afirman que el dinero no ofrece la felicidad plena, sino el amor. Lamentablemente, Kendra estaba muy pequeña para saber de esa filosofía. Es por eso que aún no entendía por qué si su cuerpo había sido bendecido al tener todo el material necesario para sobrevivir en el mundo, su alma tenía que pasarla mal: sintiendo emociones bajas cuando pasa por las peores situaciones.  

1995

6:00h...

Siempre se levantaba antes de su despertador. Era una rutina de su subconsciente hacerlo. Era un día muy bonito en la ciudad de Fremont. Cuando se levantó de la cama, vio que todo estaba bonito: El día, su habitación, sus adornos y ella también. Cualquier niña desearía ser Kendra porque lo tiene todo y lo sabía. Pero la mayor parte del tiempo como hoy, Kendra no deseaba ser ella misma. 

De la nada ya eran las siete de la mañana. Se había pasado una hora pensando sobre algo que ni siquiera recordaba. La niña se dio cuenta que ya debía comenzar con su vida cotidiana: especial y extraña para tener solo doce años. 

Después de asearse y colocarse su uniforme, mientras se hacía el peinado, entró su hermana menor: Camila, de seis años. Había entrado para que esta la ayude a peinarse; pues desde que nació, su madre nunca lo ha hecho, así que el trabajo era de Kendra. Afortunadamente, la niña amaba a su hermanita. Era una de las pocas personas que la hacían sentirse bien entre tanta oscuridad. Le gustaba cuidarla, jugar con ella y darle la felicidad que sus padres no le dieron cuando tenía su edad. Su amor era más maternal que fraternal. 

-No quiero ir a la escuela. -Dijo Camila.

-Ya, yo tampoco, pero tenemos que hacerlo. 

-¿Por qué? Yo aún no sé nada de lo que me dicen ahí. 

-Porque mamá se va a enojar si se entera. 

De pronto, se escuchó hasta la habitación un chillido maduro y femenino. Lo reconocieron. Era Julia, su madre, que siempre se molestaba cuando se trataba de Kendra. 

-Ve bajando, yo te sigo, sí?

Kendra besó la frente de su hermana y esta le obedeció. Al volver a quedarse sola, fue hacia su cajón y de ahí sacó sus pastillas. Hace dos años le diagnosticaron bipolaridad infantil: una enfermedad que hasta ahora no la entiende lo suficiente. Solo recuerda que el psiquiatra le dijo que se debía tomar esas pastillas todos los días para "controlar sus estados de emociones que cambiaban constantemente". A la niña no le gustaba tomárselas, aunque sabía que era una orden. Según ella, la hacían sentirse muy fatigada, pero sus padres omitían sus reclamos. Odiaba sentirse así, es por eso que no se las tomó. Será mañana, se dijo por infinita vez. 

Tomó su mochila y antes de salir de la habitación. Se detuvo para recordarse el desagrado de vivir en esa mansión. Al no creer en ningún dios ni en ningún santo, no supo a quién rogarle paciencia y fuerza. 

Desde las escaleras veía a su familia. Era grande: cinco integrantes más ella y su primo Loreto. Las películas siempre mostraban que a más miembros, más feliz era una familia, especialmente en acción de gracias o Navidad. Sin embargo, en su familia reinaba la desconfianza, el miedo y la envidia. A nadie le gustaría vivir así, mucho menos a unas niñas.  

Kendra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora