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Durante el tiempo de depresión en la familia Altamira, la menor: Andrea, había cumplido los dos años de edad. Y aunque todos tenían sus almas intranquilas, con su cuerpo físico pudieron fingir estabilidad para celebrar su cumpleaños y hacer feliz a la niña.

La pequeña brunette de ojos claros no sería una excepción de sus ascendentes Era una traviesa e inquieta niña que no le gustaba obedecer a otros que no sea ella misma. Típico de su familia. Sin embargo y por suerte, la pequeña amaba a su familia.

23:15h...

-¿A dónde vas? -Preguntó Andrea a su hermana.

-A la calle.

-¿Puedo ir contigo?

-No.

-¿Y por qué?

-Porque no. Deberías estar durmiendo ahora.

Andrea se sentó en la cama de su hermana. Le gustaba estar ahí porque le gustaba sus cosas que su mamá aún no le dejaba tener como el maquillaje. En eso, la niña cogió el bolso negro y lo abrió sin permiso. Inocentemente, metió su mano y de ahí sacó pequeñas bolsitas con polvos blancos.

-¿Es sal?

-¡Deja eso y ya vete!

Luciana tenía el rostro tan angelical que no le asustaba a la pequeña. Su reacción fue la inmovilidad, pero al menos le pidió disculpas. 

Mientras Luciana arreglaba las cosas en su bolso, Kendra apareció debido al grito que escuchó. Se detuvo en la puerta cuando la vio. La chiquilla que estaba rumbo a los catorce años, ya vestía unos pantalones apretados, un top con un escote  notable en v. Bien maquillada y con unos tacones gigantes. Ni siquiera Liliana, que era la persona más puta que conocía, se había vestido así a esa edad. Quedó perpleja.

-No le grites. 

-Entonces enséñale a no cogerse las cosas ajenas. 

La niña ya no niña, se revisó en el espejo por última vez. 

-Buenas noches.

-¿Le has pedido permiso a alguien para salir?

Aquella pregunta detuvo a Luciana. Nadie sabía que el subconsciente de Andrea, estaba aprendiendo que el pedir permiso es algo innecesario. 

-¿Esperas que te pida permiso a ti?

Kendra se preguntó lo mismo, y al saber la respuesta, no se quiso responder. Desde lo que pasó en Nueva York, la actitud de Luciana había cambiado para mal: Actuaba a la defensiva. Si no lloraba, atacaba a los demás. Kendra sabía que así no era su hija. Estaba usando esa actitud para esconder el trauma que aún estaba vivo por lo que pasó.

-Al menos díselo a tu papá.

-Bien...díselo, por favor. 

-¿Nicolás irá?

-No, se siente mal...Creo que está enfermo. Ahora sí, me voy.

Luciana había perdido la cabeza. Ni siquiera su psiquiatra inglés podía con ella. No se medicaba y no se concentraba en las sesiones. Solo pensaba en que era una asesina digna de ser temida por los demás. Se sentía indeseable y solo quería desaparecer.

Kendra se llevó a Andrea a su nueva e independiente habitación para hacerla dormir. De pronto, vio que la niña estaba escondiendo algo debajo de su pijama.

-¿Qué tienes ahí?

-Nada.

-Déjame ver.

Andrea mostró lo que tenía. Se había cogido los lipsticks de Luciana. 

Kendra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora