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8:00h...

Luciana, que se había puesto una buena cantidad de corrector para camuflar sus ojeras, salió de su habitación con su uniforme y su mochila. Encontró su papá delante de ella. No la saludó y le transmitió una energía de miedo. 

-Vamos que ya es tarde. 

Fueron las palabras más frías que escuchó de su padre. Nunca lo había visto así. Aquel hombre divertido, humilde y confiable se había desaparecido. 

En el camino de la mansión a la escuela no se dijeron absolutamente nada. Luciana quería llorar. Podría aguantar la mala relación con su madre con la que nunca creció, pero nunca soportaría alejarse de su padre, que fue la primera persona que le demostró amor y cariño. 

Finalmente, llegaron. Aún mudos. 

-Lo del...eso...puede ser el día de mañana? Hoy no, por favor.

-Luciana, si no quieres hacerlo, dímelo. No voy a castigarte. 

-Es que sí quiero hacerlo, solo que no hoy. Déjame aceptar internamente lo que voy a hacer, sí?

-Como quieras. 

Luciana ya tenía que abrir la puerta para entrar a la escuela, pero se encogió de piernas y comenzó a llorar.

-Discúlpame...no fui responsable.

-No tienes por qué disculparte de nada. 

-Pero por qué estás así tan...frío conmigo. 

-Porque es difícil aceptar lo que te está pasando. Me da miedo saber que estás sometida a muchos peligros, Luciana. 

-¿Entonces no estás enojado conmigo?

Ernesto al fin miró a su hija. Tal vez ya tenga trece años y en el futuro tendrá unos treinta, pero cuando vio ese rostro de ángel que él y Kendra hicieron, supo que siempre sería su niña.

-Claro que no, cariño. Haría cualquier cosa por ti y por tu hermana. 

La niña, un poco más tranquila, abrazó a su papá como si lo hubiera recuperado de un secuestro. A pesar de que no quería, tuvo que salir del auto y entrar a la escuela. Y aunque no se notaba nada, caminó con miedo y vergüenza por los pasillos. Todos los estudiantes estaban enfocados en sus cosas, pero la niña sentía que las miradas estaban en ella y en el otro ser que andaba junto y que aún no se notaba su presencia. 

Todo el día de estudios se la pasó pensando en lo que haría el día de mañana. Se preguntaba si le dolería, si tendría consecuencias futuras, si la dejarían estéril. No quería que nadie la toque ni la abrace. Según ella, para que no sientan a lo que tiene adentro, que hasta ahora no podía llamarle hijo. Nicolás, ya se había dado cuenta de su actitud extraña. Le preguntó muchas veces, pero esta respondía que todo estaba bien.

Finalmente, en la hora del descanso de clase, aprovechó para llevársela al jardín de la escuela, donde casi nadie pasea. Le compró un milkshake para que entre en confianza. 

-Si te sientes incómoda, te entiendo. Pero sabes que confías en mí y puedes hablar conmigo cuando quieras. 

La niña le respondió besándolo. Una de las mejores cualidades de su chico, es que no era insistente ni opresivo con los demás. 

-Oye...respóndeme algo...¿A ti te gustaría ser padre algún día?

A Nicolás le pareció muy extraña esa pregunta. Pero al ser adolescente, no se imaginó para nada que tendría que ver con él mismo. 

-Supongo que sí, por qué lo preguntas?

"El supongo que" siempre fue interpretado como "no" definitivo para Luciana, pero esta vez obligó a su mente a que lo admita como "sí" total. Eso era lo que buscaba. Pese a que ella no quería tener al bebé, tampoco quería abortar ni someterse a ningún método que implique meterle cosas a su cuerpo. Pero obviamente, necesitaba alguna opinión indirecta del niño padre. 

Kendra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora