💜26

12 0 0
                                    

12:00h...

Hoy era su día, número dieciocho ya y la decimoctava vez que la pasaba sin él. Kendra se sentía orgullosa pero a la vez culpable por no estar junto a él ni verlo crecer cómo le hubiera gustado. Y obviamente, tenía pena de que crezca más, como toda madre que desea que sus hijos se queden pequeños. 

La chica se había salido al balcón de su habitación mientras su novio, distraído, atendía a unas llamadas. Al irse al rincón, lo llamó.

-Feliz cumpleaños, cielo.

-Pensé que lo habías olvidado.

-¿De qué hablas? Jamás me olvidaría de mi bebé.

-No sé de qué bebé hablas.- Dijo con risas.

-Me hubiera gustado mucho ir allá, pero...

-Tranquila. -Le interrumpió. -Ya me acostumbré.

A Kendra le dolió mucho oír eso.

-Bien...no me has pedido nada como regalo.

-Por ahora no necesito nada...aunque espera, sí hay algo que necesito. 

La chica se imaginó en que le diría algo material como siempre.

-Quiero ir a verte a Fremont...y no solo a ti, sino...a todos.

Fue el pedido de regalo más horrible y prohibido que Kendra escuchó. Ella podía darle lo que quiera, hasta su propia vida, pero jamás aquel pedido. Preferiría morirse. Se quedó muda al oírlo.

-¿Estás ahí?

-Sí...y sí te oí, y no va a pasar, cariño. Ellos no saben de ti.

-¿Y por qué no se los has dicho? Ya han pasado dieciocho años. 

-No puedo hacerlo, lo siento. Por favor, entiéndeme. Tengo una familia aquí que les dolería escuchar la verdad, y tengo unos padres tan cabrones que podrían hacerte la vida imposible. 

-¿Por qué lo dices como si fueran más? -preguntó serio. -Ustedes solo son tres. 

Kendra no quiso responder. Había olvidado actualizarle los sucesos. 

-Por favor, dime algo.

-Hace poco di a luz a otra niña, se llama Andrea. Eso es todo. 

-Así que ahora son una familia de cuatro...y yo no lo sabía...es increíble cómo...

-Mark, no te quejes. -Interrumpió. -Aunque no lo creas, tu vida es fascinante. Vives en Nueva York, eres independiente, tienes muchos amigos y tu abuelo paterno te ama y te da lo que quieras...

-¿Y qué hay de la familia? Yo no tengo, literalmente.

Kendra comprendió al chico, se sentía casi igual que ella cuando era menor: a pesar de que vivía con su familia, sentía que no la tenía y la mayoría del tiempo se sentía sola. Aquello para un adulto podría ser genial y hasta tentador, pero para un niño o joven, era muy triste.

-Sé que algún día los conocerás. Y cuando eso pase, te arrepentirás, te lo prometo.

-Eso espero. Debo irme, tengo clase en media hora. Te quiero.

-Yo mucho más.

Finalmente la llamada terminó. Cuando regresó a la habitación, su novio ya estaba esperándola. La vio que limpiarse las lágrimas y arreglándose el maquillaje.

-¿Con quién hablabas?

-Con una amiga.

-¿Una amiga? Tú no tienes amigas.

Kendra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora