CAPÍTULO 33

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ÁLEX

Sigo llamando al timbre esperando a que Blanca me abra la puerta, la cabeza me da vueltas de todo el alcohol que he ingerido en estas horas, no paro de moverme inquieto y esta vez aporreo la puerta con mi puño. La puerta se abre lentamente hasta que queda plenamente abierta y veo delante de mí a una Blanca asustada con un pijama diminuto de verano.

— No es muy segura la verja esa, hasta un borracho como yo puede saltarla — bromeo para poder cambiar su cara.

— ¿Qué haces aquí? — pregunta incrédula con el rostro aún desencajado.

— No quería estar de fiesta, me apetecía más estar contigo — le respondo sinceramente.

— Me has dado un susto de muerte — dice cerrando los ojos y llevándose la mano al pecho.

— ¿No me esperabas aquí? — pregunto tocando la mano que aún tiene colocada en su pecho.

Rápidamente me retira la mano de la suya y se da la vuelta, camina y se dirige al piso de arriba; dejándome unas vistas perfectas de su trasero, de cómo se ajusta el pantalón del pijama a su cuerpo, y de lo corto que es logro apreciar cómo parte de sus nalgas quedan al descubierto. Cierro la puerta en cuanto entro y la sigo hasta su habitación. En dos zancadas ya le he alcanzado y pego mi cuerpo al suyo por detrás, con el brazo le rodeo su perfecta cintura y llevo mis labios a su cuello desnudo por el recogido que lleva. Noto cómo se estremece a pesar de estar molesta conmigo. Sus suaves manos me agarran del antebrazo y me separa de ella, alejándose de mí y se mete en la cama, dejando claro que está cabreada por cómo se arropa con la sábana. Yo la sigo, me saco la sudadera negra por la cabeza y la dejo encima de la cómoda. Destapo la sábana y me coloco junto a ella. Me giro hacia el lado de Blanca, la cual está tumbada de espaldas a mí.

— ¿Te pasa algo? — pregunto.

— No — me responde con un hilo de voz.

— Vamos, cuéntame lo que te ocurre — insisto y me aproximo más a ella, tocando su hombro con mi mano para que se gire.

Obtengo un silencio como respuesta. En verdad ya sé por qué está así conmigo, he pasado de ella durante toda la noche en la casa de Miriam y seguro que ha visto las fotos que nos hemos hecho María y yo, pero solamente han sido eso, fotos. Ella ha intentado besarme, pero no sé por qué no me apetecía besarla ni nada en ese momento, de mi cabeza no salía una persona y esa era Blanca. Suerte que una persona del pueblo se volvía y he podido venirme en mitad de la fiesta.

— ¡Ya sé que me he comportado como un auténtico cabrón! — elevo la voz sin darme cuenta.

— Creo que es la única cosa sensata que has dicho durante todo el día — dice entre sollozos.

Hay algo que se me escapa, no sé qué he hecho ahora como para que esté llorando. Me he comportado así con ella porque me molesta que esté siempre acudiendo a los porros y no a mí o a cualquier persona, pero lo que también me ha dolido ha sido que piense que no me preocupo por ella cuando eso no es verdad.

— ¿Qué he hecho? — le pregunto para que me diga claramente lo que le ocurre.

Pongo mi mano sobre su cadera e intento girarla, pero ella se aferra a no hacerlo, hasta que por la fuerza le doy la vuelta.

— Tú sabrás, estoy harta de decirte lo que haces mal — se encoje dejándome ver lo débil que está.

— ¿Qué he hecho mal en estos veinte segundos que hemos tardado en llegar a la habitación? — vuelvo a insistir.

Me duele la cabeza y estoy poco sereno como para mantener una conversación seria ahora mismo. Se gira completamente, quedando su rostro frente al mío y consigo ver sus ojos rojos irritados de estar llorando. Rápidamente se limpia las lágrimas con las muñecas porque nunca le gusta que la vea nadie tan vulnerable.

Lo que nunca fuimos © (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora