CAPÍTULO 43

61 6 9
                                    

BLANCA

Cuando me he chocado con Álex en la entrada del bar, se me ha hecho muy duro no quedarme con él a hablar un rato, lo deseaba con todas mis fuerzas, pero me era imposible después de las palabras que me ha dicho Estela. Tengo que pasar de él, eso les encanta a los tíos y, además, así me valorará más. Cuando nos dirigimos a la plaza para recoger nuestras pizzas, que estarán al llegar, suena mi móvil. Es mi madre.

Me aparto del resto de la gente y descuelgo.

— ¿Mamá? ¿Ya has llegado? — pregunto rápidamente.

— Sí, ya estoy en casa, con los abuelos — me responde con la voz apagada.

Parece ser que mis abuelos han venido también con ella. No dudo ni un segundo en ir a verla ya.

— Estela, ¿puedes recoger mi pizza? Tengo que ir a casa a ya sabes — le pido a Estela.

— Por supuesto, tú tranquila y cuando eso me llamas — me da un abrazo.

— Solo te pido que, por favor, no le digas nada a nadie — insisto.

— No te preocupes — me da un beso en la mejilla.

De repente Christopher, que ha escuchado que me voy a casa, decide acompañarme porque ha quedado con Andrea por ahí cerca, están liándose a escondidas y soy una buena excusa para irse de ahí y poder verla.

— ¿A qué vas a casa? — me pregunta mi amigo mientras pasa su brazo por encima de mis hombros.

— Acaba de venir mi madre y voy a saludarla — miento parcialmente, no me interesa que nadie conozca mis problemas.

Cuando llegamos a mi casa me despido de él y le digo que luego nos vemos. Trago saliva para poder afrontar la situación a la que me voy a enfrentar ahora y meto la llave en la cerradura de la puerta de afuera. Atravieso el camino que está rodeado de vegetación y cuando llego a casa, abro la puerta. Entro en el salón y me encuentro a mis abuelos y a mi madre. Mi madre está con una espléndida sonrisa, siempre hace lo mismo cuando está delante de mis abuelos, ellos no saben cómo vive realmente mi madre, no quiere preocuparles, aunque yo creo que mi abuelo se huele algo.

— Hombre, mi niña — me dice mi abuela con total alegría, levantándose del sofá y dándome un fuerte abrazo —. Qué guapa estás, cielo, cada día te pareces más a tu madre.

— Ven aquí, princesita — me dice esta vez mi abuelo y le doy un fuerte abrazo —. Sé que te gusta coleccionar cosas de cuando voy de viaje, toma.

Me da una cajita roja y dentro hay un colgante de plata de la Torre Eiffel, lo cojo entre mis manos, dejando la cajita sobre la mesita de café, y me lo pongo en el cuello.

— Parece mentira que Francia está muy cerca de España y todavía no la había visitado — ríe.

— Mejor tarde que nunca, abuelo — digo totalmente ilusionada por el regalo que me ha hecho.

Mi madre me hace un gesto para que vayamos a hablar. Las dos salimos del salón y dejamos a mis abuelos viendo la televisión. Subimos las escaleras, vamos a su habitación y cierro la puerta para que no nos puedan oír.

— Hija... no puedo más — me dice mi madre con la voz rota y rompe a llorar.

Sabía que esa sonrisa tan espléndida que tenía en el salón era simplemente una tapadera. Me acerco a ella y le doy un fuerte abrazo, sé que lo necesita.

— Mamá, tenemos que denunciar, por favor, esto no puede ir a más, primero te está maltratando psicológicamente, y últimamente estaba ya a punto de maltratarte físicamente — le digo mientras le cojo la cara entre mis manos para que me comprenda —. No quiero perderte mamá.

Lo que nunca fuimos © (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora