CAPÍTULO 44

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ÁLEX

He visto muchas veces a Blanca borracha, pero no hasta tal punto que se la tengan que llevan casi a rastras.

— Críos, no controlan con la bebida — dice María sobre el numerito que ha montado Blanca mientras me ofrece un cigarro.

En lo que ha dicho tiene algo de razón, no controla, solo piensa en beber para arreglar las cosas y eso es muy inmaduro. Estoy completamente seguro de que se ha pillado tal borrachera para llamar mi atención y lo único para lo que le ha servido es para hacer el ridículo.

— ¿Me acompañas a la peña? — me pregunta María —. Tengo que recargar el vaso.

Miro mi cubata y solo me queda un culín, por lo que decido ir a acompañarla, así yo también voy. Cuando pasamos por la calle que ataja para ir a nuestra peña, María se va pegando más a mí y pasa su brazo por mi cintura, mientras que con su otra mano toca mi pecho por encima de la camiseta.

— Se nota que vas al gimnasio — me susurra al oído melosa.

Me dejo llevar por los efectos del alcohol y le sigo el juego.

— Y eso que no has visto todo mi cuerpo — río ante esta situación.

Cuando llegamos, inserto la llave en la cerradura y abro la puerta metálica, enciendo las luces y me dirijo a la barra para rellenar los vasos.

— ¿Dónde están los hielos? — me pregunta mientras pasa por detrás de mí para coger su bebida.

— En el congelador, ¿dónde van a estar? — abro el congelador para coger un par de ellos.

Veo que María sostiene en su mano un hielo y lo chupa lentamente, deslizándose parte del agua por sus labios y dejándose caer a la parte superior de su pecho. Se acerca a mí, tanto que estamos a escasos centímetros el uno del otro. Pasa sus brazos por mi cuello y desliza el hielo de una parte a otra por mi cuello, haciendo que sienta escalofríos y se me pongan los pelos de punta.

— ¿Te gusta? — me susurra al odio mientras me da un cálido beso en la mejilla.

No soy de piedra y le agarro de las caderas que deja libre su camiseta corta. Escucho cómo el hielo cae al suelo rompiéndose en mil pedazos. Sus manos me agarran la cara y me acerca a ella, haciendo que nuestros labios se encuentren. De repente siento calor. Introduzco mis manos por debajo de su camiseta y paso mis dedos por su abdomen. Me levanta la camiseta y pasa sus manos por mi pecho mientras nos besamos.

— Vamos a apagar la luz — me dice al oído mientras pulsa el interruptor.

Dejamos las luces intermitentes de colores y seguimos con lo que estábamos haciendo.

— Te deseo tanto — dice en mis labios.

No sé qué cojones estoy haciendo, es como si mi cuerpo actuase con total libertad, pero no quiero, es una sensación extraña, pero continúo. Me quita la camiseta y la tira al suelo.

— Mucho mejor así — dice sonriendo, observa mi cuerpo de arriba a abajo y me vuelve a besar —. También sobraría el peto.

Antes de que ella actúe, le quito su camiseta rápidamente. No sé lo que estoy haciendo.

— Tío, alguien se ha dejado la peña abierta — escucho de repente y se encienden las luces.

Mis ojos van hacia la puerta y veo a Gabriel y a Jonathan.

— ¡Vaya! Veo que la peña tan sola no estaba — ríe Gabriel al entrar.

Me quedo inmovilizado en el sitio, rápidamente María coge su camiseta, se la pone y se sienta en el sofá con tranquilidad mientras se fuma un cigarro. Cojo mi camiseta del suelo y me la pongo con rapidez.

Lo que nunca fuimos © (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora