CAPÍTULO 41

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BLANCA

Hace un par de semanas que no me hablo con Álex y todo desde aquella maldita fiesta. Reviso mi móvil, me meto en el chat de Álex y el último mensaje es el que yo envié, preguntando que dónde estaba, al cual ni me respondió. Y, para colmo, me dijeron que esa noche le vieron irse con esa tal Vicky a su casa, y no solo me lo ha dicho una persona, sino varias. Siempre me desmentía que con ella no tendría nada y, a la mínima, me la ha metido doblada. Todavía no se me va de la cabeza la foto que recibí de Álex con Vicky dirigiéndose a su casa. Supongo que lo nuestro definitivamente ha llegado a su fin.

— ¿Blanca? – escucho que Míriam me llama.

—¿Sí? – vuelvo a la realidad.

Me señala los banderines que hay en la caja y ya he captado la indirecta, que deje mis pensamientos a un lado y que me ponga a decorar la peña, nuestra caseta metálica donde pasamos parte de las fiestas. Esta semana son las fiestas de nuestro queridísimo pueblo, pero no sé, no estoy tan emocionada como otros años. Este año estaba esperando este verano con ansias, sobre todo las fiestas del pueblo, y eso parece que se ha desvanecido, sé que me voy a cruzar muchas veces con Álex y, como no, tendré que aguantar cómo otras tías le entran y él cede, todo delante de mis narices.

— Blanca, no te preocupes por lo que está pasando, disfruta de estas fiestas, nos pillaremos un pedo que olvidarás todo — intenta animarme Estela.

Ella está más feliz que una perdiz, normal, a ella le ha salido rodado todo con Rubén. Él es tan atento... Es muy fácil consolar a los demás cuando no eres tú quien lleva el dolor a cuestas.

— No me apetece nada — digo cubriéndome la cara con las manos.

— ¿Te apetece darle una calada? — me pregunta Míriam ofreciéndome un porro.

Había dejado los porros, pero la verdad es que lo necesito ahora mismo. Acepto con la cabeza y Estela me mira de malas maneras, como si no la hiciera ninguna gracia. Si yo tuviera su vida, la verdad es que no necesitaría esta mierda para despejarme. Le doy dos caladas profundas y se lo devuelvo a Míriam.

Suena mi móvil, el cual tengo en el pantalón del peto, lo saco y observo que en la pantalla pone «Mamá». Inmediatamente lo cojo y salgo de la peña, a nadie le interesa lo que vaya a hablar con mi madre.

— ¡Hola, mamá! ¿Qué tal estás? — respondo ansiosa.

Hablamos todos los días por mensaje, pero no es lo mismo que escuchar su voz, lo que pasa es que a mí no me suele gustar hablar por teléfono, pero mi madre es una excepción.

— Cielo — contesta con la voz rota, a lo que yo me preocupo.

— ¿Mamá? — pregunto incrédula, intentando que me cuente por qué está así.

Camino nerviosa por el camino de tierra que hay cerca de mi peña y juego con una piedra, dándole patadas.

— ¿Podría ir al pueblo contigo? — me pregunta casi en un susurro, como intentando que no se la note que esté mal.

— Mamá, ¿en serio me estás pidiendo permiso a mí para estar en tu propia casa? ¿Qué te ha ocurrido? — sigo insistiendo.

Me molesta que mi padre le haya creado tal inseguridad que tenga que estar preguntando si puede hacer una cosa u otra, a mi padre casi le tiene que pedir permiso para ir a comprar hasta el pan.

— No aguanto más, cielo, tu padre ha regresado, necesito alejarme de él — me responde haciendo pausas, como si no quisiese entrar en detalles.

Lo que nunca fuimos © (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora