CAPÍTULO 27

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ÁLEX

No quería aceptarlo, pero la verdad es que me duele bastante. La enfermera me ha mandado hacerme una radiografía y estoy esperando a los resultados. Viene una joven doctora con el cabello rubio recogido en una cola de caballo y que se llama Natalia por la tarjetita que lleva en el bolsillo de la bata.

— Vale, a ver, te explico — dice girando la pantalla del ordenador para que yo también lo pueda ver.

— Tienes dos costillas fracturadas, la novena y la décima de la parte izquierda de la caja torácica — me explica mientras me señala las dos costillas rotas en la pantalla —. No requiere cirugía, pensábamos que te había afectado a algún órgano, pero no, así que estás fuera de peligro.

— Entonces... ¿el moratón que tengo? — pregunto levantándome la camiseta.

— No te preocupes, eso es del golpe, hay personas que les pasa, al verte mi compañero cuando te ha hecho la radiografía pensaba que tenías afectado el pulmón — me explica llevándose un bolígrafo a la boca.

— Otra cosa — continúa diciendo mientras anota varias cosas con la típica letra de enfermero en una hoja de recetas —. Tienes que ser muy estricto con el tratamiento, esto te llevará unas semanas. Para aliviar el dolor te aplicarás frío en la zona durante veinte minutos cada hora los primeros días, según vayas notando mejoría pues vas disminuyendo; también te recetaré un analgésico porque lo necesitarás por los dolores que tendrás, evita hacer ciertas actividades para que la regeneración del hueso sea más rápida y mejor, le pondré una cita con su doctor para la semana que viene, a ver qué tal.

— De acuerdo, ¿entonces puedo irme ya? — no me gustan los hospitales.

Me traen muy malos recuerdos desde que una vez le encontraron un tumor en el estómago a mi madre, por suerte era benigno, pero precanceroso y se lo pudieron extraer sin ningún problema, desde entonces cada vez que estoy en un hospital me acuerdo de esto.

— Sí, toma la receta y que no se te olvide hacer reposo, no conduzcas tampoco — dice como si me riñera, como si me conociese que soy inquieto, parece ser que se me nota a simple vista.

— De acuerdo — le sonrío.

Salgo de la consulta y allí están aún sentados Rubén y Blanca. Enseguida se levantan y se dirigen hacia a mí, preguntándome lo que me ha dicho. Les digo con todo detalle lo que puedo recordar, ha dicho tantas cosas que no me acuerdo de todas ellas.

— Bueno, entonces dentro de lo que cabe no ha sido nada grave — dice Rubén más tranquilo.

— Pues sí, menos mal — digo riéndome para quitar un poco de hierro al asunto tras ver la cara de Blanca, está pálida.

Vamos los tres en silencio hasta el coche de Rubén, me pongo en el asiento de copiloto y pongo la música, cuando salimos del hospital en dirección a nuestro barrio, me mira y creo que está a punto de decirme algo.

— ¿Dónde os dejo? ¿Cada uno en vuestra casa? — nos pregunta mirando primero hacia mi lado y después por el espejo retrovisor para ver a Blanca.

— Sí, por favor — responde Blanca con un hilo de voz, no sé qué la pasa, pero está rara.

— No, déjanos a los dos en mi casa — le corrijo, quiero hablar con ella, no quiero que se vaya así como así sin saber qué la pasa.

— He dicho que quiero irme a mi casa — responde más fuerte que antes, como molesta.

— Rubén hazme caso a mí, déjala en mi casa — le digo seriamente, no sé qué hago convenciendo a mi amigo si va a hacer lo que yo diga.

— Pues me bajo ahora mismo — amenaza Blanca.

Lo que nunca fuimos © (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora