CAPÍTULO 22

64 9 8
                                    

ÁLEX

No sé qué narices le habrá pasado a Blanca como para que Estela, que estaba enfadada con ella por lo de antes, haya acudido tan rápido a ayudarla finalmente. En realidad, esta tarde no he escuchado a ninguno de mis amigos lo que han estado hablando entre ellos, he estado pensando en ella, intentando averiguar que la ha pasado, me preocupa. Se la ve tan frágil, en el sentido de que todo la afecta, y no estoy allí para ayudarla, ha acudido a mí para ponerse en contacto con Estela y eso me ha jodido. Por más que he preguntado a Estela que qué le pasaba a Blanca, no me ha respondido, estoy seguro de que ha visto mi mensaje, pero no se ha metido en mi conversación para no dejar rastro.

De repente vibra mi teléfono en el bolsillo de mi pantalón, lo saco rápidamente y veo que el nombre de Estela está en mi pantalla. Han pasado unas cuatro horas desde que se ha ido de aquí.

— ¿Qué quieres? — pregunto apartándome del grupo por si me dice algo de Blanca.

— Quiero que vengas, te envío ubicación — es lo único que me dice —. Por favor, ven tú solo.

— ¿Pero por qué? — esto de que me den la mitad de la información no me gusta nada.

Sin más, me despido de mis amigos y me dirijo a mi coche, yendo a la dirección que me ha mandado Estela. Me da miedo por lo que me pueda encontrar, para que Estela acuda a mí... sí que debe de ser urgente. Al llegar aparco en una calle y voy andando hasta donde están, a medida que me voy acercando veo a Blanca sentada apoyada en la pared y a Estela enfrente de ella en cuclillas, me juego el cuello a que es el mismo panorama que el de ayer.

— ¿Qué sucede? — pregunto sin sorprenderme porque está igual que ayer.

— Ha estado fumándose porros y no sé, está como atontada y me estoy preocupando — me explica con angustia Estela, mientras le agarra la cara con las dos manos y le da pequeños toquecitos en las mejillas para que espabile.

— Ya, ayer estuvo también así, ya le he advertido de que no fume, pero ella sigue, así que culpa suya — no pienso cuidar de alguien al que le he advertido de las consecuencias, parece que no tuvo bastante con lo de ayer.

Por mucho que me duela decir esas palabras, tengo que hacerlo, no puedo ayudar a alguien si no sé ni siquiera lo que le sucede. Está mal por los efectos de los porros, sí, y ¿qué quiere que haga?

— Escúchame, Álex, no sabes por lo que está pasando, yo también le he dicho que esto es malo, que no puede huir así de los problemas, pero ella no hace caso — me dice seriamente para hacerme entrar en razón.

Quiero saber cuáles son esos malditos problemas, pero nada, nadie me dice nada, pues si no confían en mí para unas cosas, a mí no me van a tener para las malas.

— ¿Qué le sucede? — le insisto a Estela, esperando a que ella me lo cuente.

— Si ella no te ha dicho nada, yo tampoco te lo diré, no querrá que nadie lo sepa — me dice atendiendo a su amiga que parece ser que está reaccionando algo.

— Pues yo no voy a ayudarte entonces — digo alejándome del lugar, pero de repente una mano me agarra el antebrazo.

— Por favor, está muy mal y no sé qué hacer — me suplica.

Estela parece desesperada, no me lo creo, si ella siempre es la reina del control.

— Simplemente necesita dormir en un lugar cómodo, llévala a su casa — le digo dándole una solución.

— No puede ir a su casa, ese es el problema... no puedo decirte nada más — es lo único que me explica Estela.

Vibra mi móvil, le echo un vistazo y es mi padre:

Lo que nunca fuimos © (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora