CAPÍTULO 51

59 6 9
                                    

ÁLEX

Son las once menos cinco y Susana todavía me tiene aquí parado. Me dijo que si podía hacer una parada para ir un momento a casa de su amiga a recoger algo que se le había olvidado y llevo aquí un cuarto de hora. Quizás no haya sido buena idea haberla acompañado. Escribo a Rubén, continuando la conversación que habíamos empezado:

«Tío, ¿te puedes creer que todavía no he regresado a mi casa? La Susana esta no sale de la casa».

Miro por la ventanilla en dirección a la puerta de la casa, deseando que se abra de nuevo, pero todavía nada de nada. Me paso la mano por el pelo, otro día todo el mundo se va a ir andando y me quito de problemas. Al fin veo que sale Susana con una mochila colgada en su hombro, ¿para una simple mochila tiene que estar tanto tiempo? Me parece absurdo. Se acerca rápidamente y abre la puerta del copiloto.

— ¡Muchas gracias! — dice sonriendo de oreja a oreja mientras se sienta en el coche.

— ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo? — le pregunto directamente sin andarme con rodeos.

Pongo en marcha el coche y continúo con mi camino hacia su casa.

— Bueno, he cogido la mochila, pero es que me tenía que contar una cosa súper importante — se excusa.

— Pues otro día que te lo diga por mensaje, que yo tengo cosas que hacer — miento, no tengo nada que hacer, pero no me gusta estar haciendo de chofer.

Al fin llegamos a su casoplón, detengo el coche cerca de la acera y espero a que se baje.

— Muchas gracias por haberme traído — sonríe y me acaricia el hombro.

Hago caso omiso a su caricia y mantengo la vista al frente. Parece darse cuenta y se baja del coche. Quito el freno de mano, doy la vuelta y regreso a mi casa. En cuanto llego, pulso el timbre y espero a que me abran. Nadie hace ni caso, esta vez presiono el botón más segundos para que me abran ya.

— Estábamos cenando, ¿no ves que es tarde? — se excusa mi madre al no haberme abierto rápido.

— Ya, es que me ha surgido algo — respondo poniendo los ojos en blanco.

Entro en la cocina y me siento en el sitio de siempre.

— ¿Y Ángel? — pregunto al ver su silla vacía.

— Ha dicho que cenaba fuera — responde mi padre mientras echa un ojo a un papel que tiene en una de sus manos.

Seguro que se ha ido con la chica esa, a la cual ni conozco. Me da rabia que mi hermano ya no me cuente nada, antes éramos uña y carne y desde que se fue de España ha cambiado radicalmente. Decido ponerme a cenar la deliciosa sopa que ha preparado mi madre y dejar mis pensamientos a un lado. De repente el móvil vibra en el bolsillo de mi pantalón. Lo cojo y lo desbloqueo debajo de la mesa para que mi padre no me diga nada, nunca le ha gustado que estemos con el móvil mientras comemos. Es Blanca, al ver su nombre no puedo evitar esbozar una sonrisa:

«¿Ya has llegado a casa? No sé nada de ti».

Mierda. Se me ha olvidado avisarla. Pero bueno, pensándolo bien, mejor así, porque si la tengo que contar lo de Susana... seguro que se pondrá celosa y comenzarán los problemas. Tecleo algo para dejarla tranquila:

«He llegado hace rato, es que se me ha olvidado, lo siento mucho».

Acabamos de empezar y ya la estoy cagando, soy de lo que no hay.

— Alejandro, deja el móvil — me advierte mi padre.

Guardo mi móvil en el bolsillo y continúo cenando.

Lo que nunca fuimos © (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora