CAPÍTULO 3

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JENNIFER

Cuatro años más tarde...

Tengo en mis brazos al ser que más quiero en este mundo, mi niña. Acabamos de llegar del hospital, está dormidita en mis brazos. Lo que más me ha gustado es que ha sacado los mismos ojos que Roberto, ese color azul celeste, pero las facciones de su carita me recuerda a las fotos que tengo yo de cuando era un bebé, está monísima cómo me la han puesto en el hospital con ese gorrito rosa. La verdad es que estoy muy cansada por el esfuerzo realizado... he estado ocho horas de parto con unos dolores terribles porque no me he querido poner la epidural para sentir plenamente lo que es parir sin una anestesia.

Estoy en el salón esperando a que baje Roberto, ha ido a subir mis cosas a la habitación.

— ¿Dónde está la pequeñaja? — pregunta acercándose a mí.

La coge con cuidado para que no se despierte, de momento muy llorona no ha salido.

— Es preciosa eh, ha salido guapa como yo — dice en cuanto la tiene en sus brazos.

— Pero serás capullo, ¿me estás llamando fea? — le digo cruzándome de brazos.

— No, los dos somos guapos por eso ha salido nuestra hija así — dice sonriendo sin apartar sus ojos de ella.

Decidimos ir a la habitación para que duerma tranquilamente. Hemos puesto la cuna en nuestra habitación, más concretamente pegada a mi lado de la cama para tenerla vigilada por si la pasa algo. Roberto le quita la sábana que nos ha dado el hospital, deja a Blanca en la cuna y la arropa con la sábana de ositos que me regaló mi abuela en cuanto nació mi angelito. Me duelen los puntos que me han puesto tras el parto, por lo que me pongo el pijama y me meto en la cama mirando en dirección a Blanca, qué bonita es mientras duerme. Noto a Roberto detrás de mí, pegado a mi espalda y rodeándome con uno de sus brazos.

— Cuánto te quiero, cielo — me susurra al oído.

Me doy la vuelta y me quedo enfrente de él.

— Yo también te quiero — digo cogiéndole la cara entre mis manos —. Qué pena que tenga los puntos — le miro de manera lujuriosa.

— No me calientes, Jenny, que el de abajo estaba tranquilito — me dice riéndose.

Me da un fuerte beso en los labios, me abraza y me estrecha más a él.

***

Blanca me ha despertado y por lo que veo... a Roberto también, pero este no quiere levantarse, está tapándose la cabeza con la almohada, intentando evadirse de los lloros de nuestra hija. Me levanto y cojo a Blanca, ¿ahora qué querrá? Son las tres de la mañana, enseguida la huelo el pañal y es que se ha hecho caca. Nunca he cambiado un pañal en mi vida, pero mientras he estado embarazada me he informado en YouTube acerca de ello, ahora solamente queda ponerlo en práctica.

— Haz que se calle por dios — se queja Roberto aun con la cabeza debajo de la almohada.

Podría ayudar algo, ¿no? Pronto tendrá que irse de nuevo a trabajar fuera de España, lo suyo es que aprovechase cualquier segundo para pasar con su hija. Al menos ha pedido un permiso y menos mal que se lo han concedido porque muchas veces no es así. Hace unos meses me veía pariendo sola con mi hija y sin su padre, pero todo ha salido bien y gracias a Dios ha visto nacer a Blanca.

Me he cogido mis meses de maternidad que me pertenecen, luego quizás tenga que llevarla a la guardería, pero tan pequeñita no me gusta, así que tal vez puedo optar por contratar a mi amiga Ainhoa para que haga de niñera, está en paro y es una experta cuidando bebés después de haber tenido a su hija Estela, que ahora tiene dos añitos. Me acuerdo de que no me dijo nada de que se había quedado embarazada hasta que estuvo de tres meses, porque decía que alguna persona que conoce dijo que estaba embarazada después de hacerse la prueba de embarazo y más tarde abortó naturalmente, por lo que prefería callárselo hasta que estuviese fuera de peligro.

Lo que nunca fuimos © (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora