40. La dama carmesí

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L E Y S A      F A R R I N G T O N

Me encontraba sumida en lo más profundo del bosque, envuelta en una oscuridad que se mezclaba con la agitación interna que revolvía mi ser. El momento de mi transformación en licántropa había llegado, un proceso doloroso y desgarrador, pero una parte ineludible de mi ser. Consciente de que no había forma de evitarlo, me resigné a enfrentarlo una vez más.

El dolor comenzó a intensificarse, retumbando en cada rincón de mi cuerpo. Gruñidos y aullidos escapaban de mi garganta mientras mi forma se retorcía y deformaba. Cada músculo y hueso se estiraban y cambiaban, transformándome en la criatura salvaje que habitaba en mi interior.

El tiempo parecía estirarse en aquel oscuro rincón del bosque. Cinco interminables horas transcurrieron mientras luchaba contra las convulsiones y los terribles espasmos. Sin embargo, en medio de toda esa agonía, aferraba mi conciencia a lo que era. Me negaba a permitir que el monstruo emergente en mí tomara el control y lastimara a alguien inocente.

Finalmente, la transformación llegó a su fin. Mi cuerpo se relajó, aunque me sentía exhausta y débil. Envuelta en una bata que había llevado conmigo, emprendí el lento camino de regreso al castillo.

Avancé por los pasillos con pasos tambaleantes, sintiendo cómo la debilidad amenazaba con derribarme en cualquier momento. La debilidad y las cicatrices marcadas en mi rostro, que de alguna manera me volvían más intimidante, eran los únicos aspectos que aún no lograba controlar durante la transformación. Mis piernas flaquearon y estuve a punto de caer, pero justo en ese instante, Draco apareció a mi lado y me sostuvo.

—Leysa, ¿estás bien? —preguntó con profunda preocupación, rodeándome con sus brazos para mantenerme en pie.

—Sí, solo me siento débil después de la transformación —respondí con voz fatigada, apoyándome en él para mantener el equilibrio.

A pesar de que en ese momento no quería su ayuda, era conveniente aceptarla. Caminamos juntos hacia la sala y, finalmente, llegamos a mi habitación. Me senté con cuidado, cubriendo mi cuerpo cansado con la bata.

—Deberías descansar —asintió Draco, preocupado—. No tienes por qué preocuparte, a pesar de todo, en ese estado no podrías hacerme daño.

—Lo sé —le miré con gratitud—. Pero quiero cambiarme, en este momento estoy desnuda —confesé, bajando la mirada avergonzada.

—Lo dices como si nunca te hubiera visto desnuda —comentó Draco con una sonrisa, pero negué con la cabeza.

—No es eso —susurré—. Aun no puedo controlar las heridas y mi cuerpo está cicatrizando —me sentí vulnerable.

—Estaré aquí, pero me giraré. Me sentaré en tu escritorio mientras te cambias. Permíteme al menos poner tu ropa en la cama para que puedas vestirte con comodidad.

—La ropa está en el ropero de atrás —indiqué, señalando hacia la dirección donde se encontraba el armario.

Draco había sacado algunas prendas cómodas de mi ropero y las había colocado cuidadosamente junto a la cama, listas para que me las pusiera. Tal como lo había prometido, él se quedó sentado en el escritorio, esperando pacientemente. Observé las prendas dispuestas: había un par de pantalones de algodón y una camiseta holgada de un suave tono verde, además de una camisa de mangas largas del mismo color.

— ¿En dos meses lograste controlarte? —preguntó con curiosidad mientras me cambiaba.

— No, en realidad, empecé a tener el control en junio, pero los dos meses que pasé fuera me ayudaron a fortalecerme —respondí.

𝑷𝒖𝒓𝒆 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅, 𝑫𝒊𝒓𝒕𝒚 𝑺𝒐𝒖𝒍 | 𝐃𝐫𝐚𝐜𝐨 𝐌𝐚𝐥𝐟𝐨𝐲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora