Capítulo 11

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Seattle

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Seattle.

«¡Maldita sea!»

Miro la hora en mi reloj, viendo como se digna a llegar tarde a su propio evento, siempre ha sido así: impuntual, era una de las cosas que me desesperaban de esa bruja, y al parecer una de las cosas que sigue en ella sin cambiar.

—Señor —se acerca un camarero a entregarme una copa de champán.

Mi atención se encuentra vagando entre las conversaciones y el vaivén de las personas, estoy a punto de estallar «¿Quién se cree para hacerme esperar?» Me doy la vuelta para irme ya no pienso seguir esperando pero los murmullos me hacen voltear ¡Puta madre! No puedo evitar que todo a mi alrededor se desvanezca, la garganta se me reseca, el pulso se me dispara, y mi mirada se fija en su figura que es el pecado hecho mujer, la detalló mientras avanza con una confianza que me desafía. Viste un jodido vestido que abraza cada curva de su cuerpo de una forma que me hace contener la respiración y me vuelve agua la boca, la imagen de ella desnuda me llega como un maldito relámpago.

El deseo me golpea como un puñetazo en el estómago, mi corazón late con fuerza queriendo salirse de mi puto tórax. Cada paso que da parece llenar la habitación de electricidad, como si la energía misma del lugar se concentrara en ella. Me muerdo el labio, luchando contra la urgencia de acercarme a ella en este mismo momento, de arrancarle ese vestido y sentir su piel bajo mis manos.

«Cuánto daría por ponerme de rodillas y lamer...¡Maldita bruja!»

Mis ojos recorren su cuerpo con avidez, desde el escote que insinúa pero no revela demasiado, hasta la línea de su cintura que invita a mis manos a posarse sobre ella. Me imagino deslizando mis dedos por su espalda, sintiendo cada curva, cada suave suspiro que pueda arrancarle.

La deseo y eso lo expresa la maldita erección que nació de mí, la maldita polla me palpita, el sudor en mis manos me evidencia.

«¡Concentrate maldita sea!»

Me repito que debo...¡Hijo de puta! Un puto rayo se estampa contra mi pecho, mis pulmones trabajan con una maldita velocidad, la ira vuelve mi sangre lava cuando veo a ese despojo humano que se atreve a posar su mano en su espalda, a guiarla hacia la multitud. Mi puño se aprieta involuntariamente, la rabia me consume al verlo tan cerca de ella. «¿Quién demonios se cree para tocarla así?» No es suficiente para ella, no sé acerca siquiera a lo que yo podría darle.

Me imaginación sádica me proyecta diferentes escenarios, escenarios que terminan en un mar de sangre, me imagino arrancándolo de su lado, apartándolo con violencia, mostrándole que ella es mía, que nadie más puede siquiera pensar en tocarla. Mi mente se llena de imágenes salvajes, de posesiones intensas, de un deseo que me quema por dentro y que solo podría saciar teniéndola en mis brazos.

Los celos me carcomen mientras veo como ríe con él, mi mandíbula se tensa, tengo los nudillos blancos por la tensión. Cada segundo que pasa es una tortura, cada gesto de él hacia ella me hace hervir de rabia. No debería estar allí, no debería ser él el que la haga sonreír, él que esté a su lado.

AnheloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora