Capítulo 17

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La luz del cuarto ilumina mi rostro, y con la sabana de la cama me cubro, intentando aferrarme a unos minutos más de sueño

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La luz del cuarto ilumina mi rostro, y con la sabana de la cama me cubro, intentando aferrarme a unos minutos más de sueño. Sin embargo, un sonido en el exterior me pone en alerta. «¿Olas?» Al principio, pienso que podría ser una alucinación, pero no, el sonido del mar se hace cada vez más intenso a medida que mis sentidos se despiertan por completo.

Me levanto notando que estoy en una habitación nueva, y la primera cosa que noto es una amplia vitrina que enmarca el amanecer. El mar se extiende ante mí en un azul turquesa deslumbrante, y todo el cuarto, de un blanco impecable. «¿Habré muerto? ¿Será un sueño?», me pellizco, y el dolor que siento me dice que esto es real.

Me incorporo notando que en el buró junto a la cama hay un azafrán y una nota doblada a la mitad.

"Una palabra que marca el inicio de mi amor por ti es: Indeleble, no sé borra ni con el pasar de los años, sigue grabada en lo más profundo de mi corazón, ardiendo con intensidad inextinguible."

Reconozco la letra, es de mi pequeña, y su intensidad al expresar su amor me conmueve profundamente. Sonrío y acaricio el azafrán, sintiéndome llena de amor. Me levanto con la flor en la mano y me acerco al ventanal, lo abro y la brisa fresca del mar me envuelve. Las olas rompen con un murmullo hipnótico y el sol naranja del amanecer baña mi cuerpo llenándome de una energía renovada y una sensación de paz que había olvidado.

«¿Cómo llegue aquí?», me pregunto pero eso no importa. Lo único que me importa en este momento es ver cómo el sol emerge en el horizonte, cubriendo el vasto mar. Las lágrimas de felicidad caen por mis mejillas, y aunque el vacío en mi pecho intenta devorarme, no lo permito. No aquí, no ahora. La belleza de este momento y las palabras de mi hija resonando en mi mente me llenan de una emoción indescriptible.

—¡Papi! —la voz de mi pequeña me hace caminar por la madera hasta llegar a la arena, me detengo al sentirla bajo mis pies, sintiendo como si pisara talco de bebé. La risa de Narel me hace reaccionar avanzando, llegando hasta la orilla del mar donde la veo.

La escena ante mí me roba el aliento. Narel corre hacia su padre, quien no aparta los ojos de ella. El hombre lleva puesta una amplia sonrisa, su mirada llena de amor y orgullo mientras juega con nuestra hija. Los dos avanzan por la orilla del mar, dejando huellas efímeras en la arena. Él avanza, ella le grita, y él la deja atrás, lo cual provoca una carcajada en Narel. Él se detiene, trota hacia atrás y llega a su altura, se inclina y la toma en sus brazos, la alza y la arroja al aire, atrapándola con cuidado. La risa de nuestra niña llena el aire, mientras él cubre su rostro de besos, provocando aún más risas.

No puedo evitar que las lágrimas caigan de mis ojos, una mezcla de felicidad y nostalgia. Me seco las lágrimas con la mano, sintiendo una oleada de inseguridad. No debería sentirme así. Él tiene todo el derecho de ser feliz, y mi niña merece ser amada por su padre con la misma intensidad que yo la amo.

—¡Mami! —me grita Narel al encontrarse con mi mirada, él la baja y ella corre hacia mí, me inclino para recibirla, ella se estampa contra mi pecho abrazándome con fuerza. ¡Dios! La amo tanto. —Mami despertaste temprano.

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