Capítulo 67

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Manas este capítulo es dedicado a mi insomnio y a Ana y Margel quienes eran las unicas despiertas en el grupo de Telgram. No se les olvide la meta 1300 votos y 4mil comentarios para el siguiente capitulo.

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«¡Hijos de las mil putas!»

Tenso la mandíbula con tal fuerza que me duele, mientras mi pecho se inflama con una rabia visceral. Los nudillos están completamente blancos, a punto de estallar por la fuerza brutal con la que aprieto los puños. La ira me devora, arrasando cada rincón de mi cuerpo, haciéndolo sentir como si estuviera ardiendo en llamas. El peso de la impotencia me aplasta y mis venas arden al escuchar cada detalle de lo que les hicieron.

«¡Van a pagar, maldita sea! ¡Lo juro por mis hijos que derramarán el doble de lágrimas de sangre que derramaron ellas!»

Me esfuerzo por mantener el control, luchando contra la locura que amenaza con apoderarse de mí. Mi cuerpo tiembla, los ojos me arden con lágrimas que no me puedo permitir caer. La miro sin poder hacer nada, viendo cómo su luz se apaga lentamente, cómo su humanidad se disuelve hasta no dejar rastro de Alena, ni del fénix. Solo queda ella, con las pupilas dilatadas y una poderosa aura que domina el ambiente.

—¿Por qué Morrigan? —pregunto finalmente, tras horas de silencio. No quise interrumpirla con mis dudas, pero al fin sé su nombre, al fin puedo dirigirme a ella de una forma diferente. Además, necesito distraer mi mente.

—Me gustó en cuanto lo leí —responde, pasando su uña por la nariz de Vladímir. No ha dejado de mirarlo ni un solo segundo desde que lo durmió. La imagen de ella haciéndolo caer inconsciente sigue grabada en mi mente.

—¿Qué significa? —pregunto con un nudo en la garganta.

—Morrigan es la diosa de la guerra, y, por lo tanto, de la muerte. Representa la renovación; la muerte que da origen a una nueva vida, el amor y el deseo sexual.

«Ahora lo entiendo todo.»

Me obligo a sonreír, pero debo admitir que el dolor me está paralizando.

«Ya no están ahí.»

Lo sé, sé que su sufrimiento ha terminado, pero mi cabeza no puede aceptar esa realidad. Saber que ella pensó en mí hasta el último momento solo hace que el dolor en mi pecho sea insoportable, desgarrándome por dentro. La culpa me consume porque no estuve allí para protegerla, porque fallé en salvarla. Si tan solo hubiera sabido... maldita sea...

«Alena.»

—¿Estás bien? —me pregunta, su mirada fría se clava en la mía, pero ya no puedo más. He llegado a mi límite, y sin poder contenerlo, las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas.

—Su dolor es mi dolor —le respondo entre dientes. Ella gira lentamente la cabeza hacia un lado. Cualquier otro estaría suplicando clemencia al tenerla frente a él, pero yo solo veo en ella un reflejo de sufrimiento.

AnheloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora