Capítulo 55

29K 2.8K 2.7K
                                    

DICK TYLOR

Regreso al yate con comida para sobrellevar estos días de encierro. Mis ojos, como los traidores que son, se posan en ese maldito cabrón que está recostado en una de las tumbonas de la cubierta.

Esas madres deben tener pegamento, porque no se ha levantado de ahí desde que llegamos esta mañana. No sé si ha comido, o si estará enfermo, y eso me caga, me jode, preocuparme así por él cuando seguramente está así por culpa de lo que sucedió entre nosotros.

Debe estar pensando en el puto hacker, en cómo le "romperá el corazón" si se entera de lo que hicimos en la cárcel.

«Que se joda».

Me importa un carajo, lo que pase entre ellos, lo que sí, es que mientras esté yo presente, ese hijo de puta no se le acerca al coreano. Si lo hace, sé que voy a desconocerme, saldría a flote mi lado dominante y él lo sabría. Se daría cuenta de que soy yo o comenzaría a dudar, y me juré, por la maldita dignidad que perdí cuando estuve con él, que él jamás sabrá que estoy vivo.

«Se merece vivir revolcándose en la culpa».

Avanzo por la cubierta obligando a mis ojos a dejar de mirarlo, pero la acción se queda a medias cuando Jack abre los ojos paralizándome en el acto.

«¡Puta madre!».

Lo detesto con toda mi alma, odio que sus malditos ojos esmeralda sigan causando estragos en mi sistema, que sigan haciendo que mi cuerpo se endurezca en cuestión de segundos, que sigan acelerando mi maldito corazón hasta el límite. Es una maldita tortura tenerlo cerca, sentir su presencia que me quema la piel y me desata todos los demonios internos que he intentado mantener bajo control.

—¿A dónde fuiste? —me pregunta mirándome fijamente.

Trago con dificultad, sintiendo como si estuviera asfixiándome cuando el desgraciado se levanta y avanza hacia mí.

—¿Te pregunté a dónde fuiste? —susurra cerca de mí, su aliento cálido se entremezcla con el mío, siento que mis entrañas se retuercen en una mezcla de rabia y deseo.

—Al pueblo —respondo con voz ronca, sintiendo el dolor punzante en mi garganta.

—¡Ah! —exclama, sus labios se curvan en una sonrisa traviesa. Toma las bolsas, su pulgar roza ligeramente mis dedos cuando las aparta. ¡Hijo de puta! Me está provocando, lo peor es que estos simples gestos me hacen querer someterlo, ponerlo de rodillas y...

«¡No! No caigas, imbécil».

—¿Por qué no me pediste que te acompañara? Pudimos haber ido juntos —suelta, y frunzo el ceño, sintiéndome patético al recordar todas las veces que quise hacer eso con él en el pasado y él decía que para eso estaban sus sumisas.

—Mejor ir solo que mal acompañado —le respondo, viendo cómo sus ojos se oscurecen. —Si ya te dejaste de juegos pendejos, guarda las cosas en la nevera —le digo empujándolo, dándome la vuelta y alejándome antes de perder nuevamente ante él, consciente de que la situación podría descontrolarse en cualquier momento y esta vez no podría resistirme.

«Fue un error», me repito, convenciéndome de que lo de cárcel no debió pasar.

Llego a mi recámara y me deshago de la ropa, lanzándola al suelo con rabia antes de meterme bajo la ducha, tratando de lavar las imágenes que mi jodida mente se empeña en proyectar. «No es por ti», me repito una y otra vez, tratando de convencerme de que el cambio que noté en él no fue por mí, fue por el maldito hacker, y cuanto antes acepte esa mierda, mejor.

Me enjabono mi cuerpo con furia, tratando de no prestarle demasiada atención a mi puto miembro, no merece ni que me haga una paja pensando en él, ¡joder!, no merece nada. Lavo mis malditas frustraciones bajo el chorro de agua.

AnheloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora