Capítulo 48

31.3K 2.8K 3.1K
                                    

JARED HOFFMANN

—¿Qué esperas? —le pregunto a la criada que se quedó de pie en la puerta con una bandeja en manos.

—Disculpe —responde incómoda, acercándose a Isabella, quien yace dormida al lado de mí, apenas está recuperándose después de tres meses. El hijo de puta le rompió la muñeca, le fracturó varias costillas, le levantó la piel de la espalda y padeció fiebre durante semanas. Llegué a pensar que no se salvaría.

«Pero lo hizo».

La han jodido tanto, y aún así sigue luchando. No sé por quién, ni por qué, pero hay algo que la hace aferrarse. Imagino que, aunque haya dejado a Morgan, aún lo ama. Y no puedo estar más agradecido por eso, porque sin ella, me habría vuelto loco.

«¿Cómo pude ser tan imbécil?»

He estado atormentándome sin descanso, torturándome con el recuerdo de cómo esa mujer, la que una vez juré amar con toda mi alma, me traicionó vilmente. Cada momento, cada recuerdo, es como una cuchilla que se clava en lo más profundo, recordándome mi ingenuidad, mi estupidez por confiar en ella.

No es solo odio lo que siento hacia ella; es un dolor tan inmenso, tan visceral, que me consume hasta la médula misma de mis huesos. Es como si el amor que una vez le profesé se hubiera transformado en un veneno corrosivo que quema cada fibra de mi ser. Y lo peor es que no me dolerá solo a mí; mis hijos, mi familia, todos van a sufrir por su traición.

Ahora solo espero que esté ardiendo en el infierno. Su muerte fue una bendición para ella, porque si hubiera sabido lo que sé ahora, si hubiera sabido antes que fue ella quien intentó envenenar a Narel y que Juanito casi muere por su culpa, el infierno habría sido un paraíso comparado con lo que le habría hecho.

Deseo que cada segundo en las llamas del averno le recuerde el dolor que causó, la destrucción que sembró. Su maldad no tuvo límites, y solo desearía tenerla frente a mí para hacerle pagar por cada gota de sufrimiento que derramó sobre nuestra vida.

"Ella pudo ser un monstruo, pudo jugar con todo lo demás, pero te los dio a ellos, te dio a tus maravillosos hijos, y no pudo ser todo mentira. No te pierdas, no me dejes..."

El llanto de Isabella me estremece, sus palabras calman un poco la culpa que siento, sé que si hubiera escogido de manera diferente, si hubiera visto a través de las mentiras y la falsedad mucho antes, tal vez no estaría pasando por este tormento. Pero entonces, no los tendría a ellos, a mis mellizos, quienes pueden estar odiándome y maldiciéndome en este momento, pero eso no cambia el hecho de que siempre serán míos. Al menos, de algo sirvió la patética existencia de esa mujer.

—¡Ah! —Isabella se queja cuando le cambian las vendas, observo los moretones en sus costillas, su pecho sube y baja lentamente, el sudor corre por su cuello, aprieto los puños cuando veo cómo una lágrima sale de ella.

«Tú puedes, Bella»

—Vas a sanar, te lo prometo —le susurra la mujer, mis ojos viajan a su cuello, el cual tiene una horrible marca, como si la hubiesen ahorcado con una soga o algo peor.

—¿Qué te pasó? —le pregunto tratando de distraer mi mente.

—Nada, mi señor...

—No soy tu señor —le respondo, odio que me digan que soy señor de ellos.

—Discúlpeme, es que es idéntico a mi señor —responde nerviosa e incómoda, como un cordero frente a un león.

—Deberías tratarte tú primero antes de tratar a los demás —le digo y veo cómo una sonrisa ligera sale de sus labios.

AnheloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora