Capítulo 68

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Y volví. Hermosas, antes que nada, quiero agradecerles a todas por esperarme. Han sido semanas muy duras; aprecio que la mayoría de ustedes entendiera mi duelo.

Las amo.

Disfruten la lectura. Recuerden que la historia ya estaba escrita desde antes de que se supiera que habría un tercer libro, así que, sí, hermosas, lo que se viene sí o sí tenía que pasar. Recuerden que no soy psiquiatra; solo soy una persona tratando de plasmar las ideas que se proyectan en mi cabecita. 

Asi que esta será la primera y última vez que me dirijo a las hearters que dicen que odian la historia, pero siguen atacándome y continúan aquí, leyendo "esta historia aburrida". Si piensan que "así no es como debería ser", pueden dejar de leerme en cualquier momento.

Lo dije desde un principio: si escribo, es para mí. No tienen que pagar por la historia y nadie las obliga, así que seamos respetuosas con el trabajo que a ti no te cuesta.

—¿Cómo está? —le pregunto a Max, sin apartar la vista de mi mujer, quien está movilizando a los boyeviks, fingiendo estar desesperada por encontrar a esa maldita rata

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—¿Cómo está? —le pregunto a Max, sin apartar la vista de mi mujer, quien está movilizando a los boyeviks, fingiendo estar desesperada por encontrar a esa maldita rata.

—Mal, Alexander, sigue dormido. El doctor dice que no tiene nada. No sé qué carajos esté pasando; Inés y Uaka están haciendo lo posible. Lograron bajarle un poco la fiebre, pero sigue teniendo pesadillas —me explica. La voz se le escucha cansada.

«¡Maldita sea!»

Aprieto los puños, clavándome las uñas en la piel. En este momento ya debían estar más cerca de mí, pero antes de salir de la fortaleza, Edmond se enfermó, así que tuvieron que quedarse allí.

«Esto es una puta broma»

Camino de un lado a otro como una bestia enjaulada, con un nudo en la garganta que no me deja respirar desde que desperté de esa jodida pesadilla.

«Solo una semana, solo una»

Me repito ese pensamiento una y otra vez; los necesito conmigo. Pero no puedo arriesgarme. No puedo mandar a nadie porque podrían seguirlos, rastrearlos, ponerlos en peligro. Sé que, al menos dentro de la fortaleza, son intocables. Nadie puede entrar. Alena se aseguró de eso, pero, aun así, mi maldito instinto no se calma. Mi cabeza me grita que mis hijos no estarán a salvo hasta que no desaparezca de la faz de la Tierra a cada maldita rata que pueda ponerlos en riesgo.

—¡Max, no puedes ser tan incompetente! ¡Ayúdale, maldita sea! Eres... —me detengo, trago saliva con rabia. Aunque me cuesta admitirlo, lo necesito—. No puedo ir, debo recuperar ese maldito cubo, así que... —mi voz se quiebra por la ira.

Ceder el control me carcome por dentro, pero no tengo opción. No puedo ir por ellos, ni separarme de ella, no si quiero que el plan de Morrigan funcione.

«Ahora más que nunca debemos ser un equipo».

No me las voy a dar de superior con ella. Sé de sobra lo fuerte que es. Si ella dice que no hay opción, no la hay, aunque me destroce y ese maldito hecho me esté quemando por dentro.

AnheloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora