Capítulo 62

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«No vino»

Vasilisa espera al pie de la montaña, masajeándose las sienes para aliviar el dolor punzante que late en su cabeza. Está lista para ingresar a la fortaleza; en su mochila lleva todo lo necesario. Solo le falta él.

Alexander.

«¿Qué mierda te pasa?», le pregunta el fénix haciéndola estallar. La ira y los celos la sumergen en un estado de descontrol.

«Dime la verdad, dime, ¿por qué mierda me mientes? ¿Por qué no me dices qué te traes con Alexander? ¿Por qué se fue aquella noche? ¿Qué le dijiste? ¿Por qué mierda lo defiendes? ¿Por qué no vino?», le pregunta Vasilisa, apretando sus puños tan fuerte que hace que las palmas de sus manos sangren.

Ella estaba convencida de que Alexander aparecería en cuanto Jack le informara de su decisión de atacar a las familias sola. Se hizo la ingenua cuando el ojiverde le colocó el rastreador en su ropa y esperó durante horas a que la bestia hiciera acto de presencia. Pero la espera fue en vano, y la desilusión la golpea con una fuerza devastadora.

La rabia y la tristeza se entrelazan en su interior, alimentando un fuego oscuro. Cada minuto que pasa sin él, su control se desmorona más. Su mente, un campo de batalla entre el deseo de verlo y la furia de su ausencia, se quiebra bajo la presión.

«¿De qué hablas? ¿Qué verdad? Ya te dije todo lo que sé. Ese día que me expulsaste, salí y lo golpeé. No pude contenerme; desahogué toda mi rabia en él. Por su culpa, casi...»

«¡NO MIENTAS!», interrumpe Vasilisa. «Sé que fuiste tú quien se acostó con él. ¿Por qué me mientes? ¿Por qué me traicionaste? ¿Crees que estaría celosa de ti? ¡Jamás! Nunca. Si él y tú hubieran estado juntos, no me habría molestado, al contrario. ¡Deja de mentirme! ¡Nunca pensé que serías tan mentirosa!»

«¡No fui yo! ¡Maldita sea! ¡Sabes perfectamente que yo no puedo sentir! Mi esencia misma me lo prohíbe. No puedo sentir atracción sexual, no siento más que un deseo de matar. Eso es lo que siento y eso fue lo que sucedió ese día. Yo... Yo... ¡Joder!», el fénix se frustra, no puede ni decirlo, el recuerdo de lo que sucedió aquella noche la atormenta.

«¡¿Tú qué?! No me mientas más, tú no», le suplica Vasilisa. —¡Habla! —grita.

«¡Yo casi lo mato!», suelta el fénix explotando. «Casi lo mato. ¿De acuerdo? Tu dolor me convirtió en un ser sin mente. ¡Casi muere! No fue solo una golpiza, no fue una pelea. Estuve a punto de cortarle la garganta. Lo apuñalé, y entonces supuse que tú habías salido para protegerlo. Supuse que fuiste tú quien me arrastró hacia dentro. Y sé que es una mierda porque Alena... ¡Maldita sea! Alena no pudo ser. Así que no sé con quién demonios se acostó esa noche. He pensado en alguna otra personalidad que desconozcamos, pero es imposible. Solo somos nosotras tres. Nadie más», confiesa llena de culpa, no se perdona lo que le hizo.

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