Capítulo Final

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—¿Qué fue lo que dijiste, Alena? —le pregunta el pelinegro, completamente en shock, mientras los recuerdos de su mejor amigo inundan su mente

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—¿Qué fue lo que dijiste, Alena? —le pregunta el pelinegro, completamente en shock, mientras los recuerdos de su mejor amigo inundan su mente. El tatuaje que lleva su nombre comienza a arderle, y su mente se niega a aceptar la verdad.

—No... no puede ser... —susurra Alena, desmayándose. Fueron demasiadas emociones: desde recuperar su esencia hasta ver morir a su amigo. No puede soportarlo más, y en su lugar, Morrigan toma control de su cuerpo.

—¡Sorpresa! —suelta, riendo a carcajadas, mientras observa la mirada de Alexander, quien de inmediato la reconoce.

La levanta, separándose de ella, poniendo distancia antes de que la ahorque.

—¿Es verdad? —le pregunta mientras se masajea las sienes.

—Tú y el ojiverde parecen peores que Dory —se burla, y Alexander maldice mientras se da la vuelta. Sus ojos arden con furia y asombro; no lo vio venir, jamás pensó que esto fuera posible.

Nunca se lo confesó a nadie, pero él tuvo su duelo. Lloró a su amigo en silencio durante muchos meses mientras yacía en la correccional. El dolor fue tan desgarrador que se grabó su apodo en la piel, intentando mantener su recuerdo vivo. Devil había sido como un hermano mayor para él, siempre presente cuando todo se desmoronaba. Y ahora... ahora resulta que el hijo de perra estaba vivito y coleando.

—Lo voy a matar —escupe, agarrando la botella de whisky del suelo, tragándose lo que queda. El ardor del líquido desciende por su garganta como fuego, incendiando cada centímetro de su interior, transformando su dolor en rabia.

Los recuerdos de las últimas semanas encajan en su mente como piezas de un rompecabezas; él fue el único que pudo resistirle una pelea, con sus burlas y su manera lépera de hablar. Todo cobra sentido. Ya se lo había comentado a Jack, le dijo que era una copia, ya que... era imposible que ese cabrón fuera Devil.

«Qué hijo de puta».

La idea de que Dick pudiera ser tan egoísta como para causarles semejante yugo le quema como el whisky en su garganta, provocando una mezcla de ira y desesperación.

Morrigan lo observa en silencio, eligiendo mantenerse al margen mientras ve a Alexander asimilar la verdad. Sin embargo, el fénix no está entendiendo nada. ¿Cómo que nadie se murió? ¿Cómo es que Alexander luce tan tranquilo?

«¡¿Me pueden explicar qué mierda está pasando?!», explota, mientras trata de despertar a Alena, pero esta sigue dormida.

—El fénix está furiosa —suelta Morrigan.

—¿Por qué demonios no saben la verdad? Dijiste que se lo dirías, que ella ya no sufriría más. Solo tenías que hacer una cosa, Morrigan —le reclama Alexander, dejando de lado sus propios sentimientos.

Ya tendrá tiempo de hacerle pagar a ese cabrón sus putas mentiras, pero ahora debe lidiar con sus mujeres. El rostro pálido y cansado de Alena lo atormenta; se suponía que ella debía saber que todo era falso, que estaban bien.

AnheloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora