—¿Es una amenaza? —lo desafió, con la barbilla en alto.
—Una advertencia—se acercó lo suficiente a ella y le plantó un beso en la mejilla, dejándola desarmada y perpleja al mismo tiempo.
—¿Por qué me besaste? Se supone que odias las muestras de cariño—repuso, indignada. Pero en sus mejillas se notaba el rubor.
—¿Quién te ha dicho que te besé porque te tengo cariño? Lo hice porque estaba devolviéndote el favor.
—Pues yo te besé en los labios, no en la mejilla—replicó, furiosa. Y entonces él la tomó del cuello bruscamente y la besó en los labios. Tan solo fue un roce, pero Shelby sintió que era maravilloso. Después él se retiró, hizo una mueca de desagrado y se limpió la boca con el dorso de la mano.
—¿Contenta? —preguntó, con aburrimiento—es lo más patético que he hecho en mi vida.
Shelby, a pesar de sus hirientes palabras, logró sonreír.
—Estoy más que contenta. Gracias y ahora lárgate de aquí porque voy a vestirme.
—Me saldré solo si prometes acompañarme en la noche a quemar de nuevo mi ropa—ahogó una risa nasal—me estoy quedando otra vez sin nada de prendas que cubran mi desnudez, aparte, necesito dinero y tú me ayudarás a asaltar un banco.
—¿Qué demonios...? —frunció el ceño—mira, tengo prisa, así que sal de aquí.
—Promételo.
—¿Por qué debería prometerlo?
—Porque sí. Ahora promete que lo harás; solo así confiaré en ti más de lo que ya confío.
—Bueno—puso los ojos en blanco—lo prometo, adiós.
Egon, satisfecho, se encaminó al balcón y se deslizó bruscamente hacia abajo. Shelby corrió a verlo, pensando que se había lastimado, pero lo encontró sano y salvo entre unos arbustos. Genial. Los vecinos dirían que vieron salir a un chico semidesnudo de su balcón y no tendría como negarlo. El auto del novio de Caroline opacaba demasiado a su escarabajo, pero era de esperarlo, Evan era hijo de padres empresarios y era obvio que tuviese sus lujos. Le invadió una gran felicidad porque Caroline siempre estaría en un estatus social perfecto. Despistada, se quedó un rato mirando por el balcón hasta que se dio cuenta que ya era demasiado tarde. Procuró no entrar en pánico y sacó un vestido negro que guardaba. Su madre se lo había comprado el día en el que había fallecido su abuela, o sea, tres años atrás y desde entonces nunca volvió a usarlo. Era un vestido de funeral. Se calzó unas zapatillas grises y se maquilló levemente para no estar más pálida que las pobres difuntas. Se arregló el cabello con unos pasadores y se roció perfume. Miró a todas partes una vez más y descendió al piso inferior donde Evan y Caroline la esperaban.
—Creímos haber escuchado una voz, aparte de la tuya—agregó su hermanastra cuando apareció frente a ella.
—Y era una voz masculina—replicó Evan, con una ceja elevada.
—¿Qué? —soltó una carcajada—desde luego que no. Estaba escuchando una reflexión en YouTube.
Ya estaba acostumbrada a mentir, pero desde que Egon había aparecido en su vida, todo le resultaba más difícil.
—De acuerdo. Basta de charlas—eludió Caroline, poniéndose en pie con Evan—vámonos.
Por otra parte, Egon se hallaba recluido detrás de unos estúpidos arbustos que le tasajearon la espalda y las costillas al ocultarse. Esperaba exasperado a que Shelby y los demás se largaran y él así pudiese entrar a ponerse algo de ropa. Se arrodilló cuando por fin salieron y enfocó la vista, tratando de memorizar cada línea, cada facción de sus rostros por si algún día era necesario recordarlos. Shelby iba sonriendo relajadamente del brazo de su hermanastra y el chico no dejaba de mirarlas a las dos con tan singular alegría, pero que a Egon le pareció estúpido. ¿Quién sonreía de una manera tan idiota? De pronto, vio como el imbécil le abría amistosamente la puerta a Shelby y le tocaba lentamente la mano con aire protector. ¿Por qué la había tocado? Ese sujeto no le agradó en lo absoluto y prometió hacerle una visita alguna vez. Gruñó en silencio, esperó a que el auto se alejara y volvió a trepar por la pared hasta llegar al balcón. El sol ya estaba ocultándose y aprovechó para echarle un vistazo a la casa entera.
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Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)
Mystery / ThrillerDicen que los asesinos y criminales para que puedan ejercer su labor de asesinar o torturar, necesitan tener atrofiado una parte del cerebro que les impida tener emociones y sentir lo sentimientos que una persona normal tiene. Psicólogos han llegado...