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«Está embarazada, está embarazada...»

Aquellas dos únicas palabras hacían eco en la cabeza de Egon, una y otra vez. Aún mantenía presionado el teléfono a su oreja y escuchaba la voz de Caroline muy lejos.

—¡Egon! Estúpido idiota, ¿Estás ahí o te ha comido la lengua el ratón?

Cohibido y perplejo, se frotó el puente de la nariz y aspiró profundamente.

—¿Qué has dicho? —articuló las tres palabras con dificultad.

—Vas a ser padre, Egon. Shelby está embarazada y obviamente ese bebé es tuyo.

—¿Cuánto tiempo tiene? —quiso saber. Era un completo imbécil al tener sus dudas, pero es que no podía ser posible, ella había tomado pastillas anticonceptivas y la había dejado a merced de otro sujeto durante dos semanas.

—Dos semanas y unos días más. No se sabe con exactitud.

—Háblame por cualquier cosa, ¿okey? —dijo con voz trémula.

—¿No estás feliz de saber la noticia?

—Tengo cosas más importantes que atender—colgó. Egon colocó el aparato en un sofá del ático y se dejó caer en el suelo, recargó su espalda en la pared y cubrió su rostro con las manos; sin si quiera importarle que Trenton, Austin, Kevin e incluso Gabbe, centraran su atención en él—necesito salir de aquí—expresó y se levantó de un salto, cogiendo a su paso el teléfono y su arma

—No puedes. Mis padres te verán—replicó Kevin con nerviosismo. Egon apretó los labios y asintió. Desistió de salir por la puertecilla y se encaminó a la única ventana del lugar y para llegar al suelo eran quizás unos ocho o nueve metros más o menos.

—No estarás pensando en saltar, ¿o sí? —cuestionó Trenton, poniéndose de pie junto con Austin. Kevin yacía junto a Egon y Gabbe gruñó desde el sofá, ya que la hinchazón de sus ojos seguía igual.

—No tengo otra opción—respondió Egon con determinación.

—¿De qué te enteraste para actuar como un loco? —preguntó Austin, agarrándolo del codo.

—Gabriel—vocalizó Egon con severidad—no te atreviste a tocar a mi novia, ¿verdad?

—Sabes bien que nunca le pondría una mano encima a Shelby.

—Me refiero a... —apretó los puños—a meterte a su cama.

Aquel comentario dejó desconcertado a todos los chicos. Gabbe juntó las cejas y después rio.

—Shelby te ama demasiado como para haberme dejado dormir o algo más en su cama.

—Más te vale, idiota—espetó y en un movimiento rápido, aprovechó a que los demás no estaban en guardia y saltó por la ventana. El cristal se hizo añicos y se escuchó un sonido sordo en el exterior. Todos, menos Gabriel, corrieron a verlo con horror y lo encontraron tumbado sobre un montón de flores recién cortadas y con cara de pocos amigos.

—¡Estás loco o qué? —balbuceó Kevin, horrorizado.

—Prometo que volveré en la noche. No haré un escándalo—prometió y se levantó titubeante. Aún le dolía el cuerpo y la cara. Los sirvientes lo miraron con desdén y continuaron sus deberes sin inmutarse, como si ver a alguien saltar desde el tercer piso fuera de lo más normal. Cojeando, Egon llegó hasta la reja y salió a la calle con aire pensativo. No podía sacarse de la cabeza que Shelby estuviese esperando un hijo. Un hijo suyo. Un bebé que llevaba su sangre. Un mini Egon o una mini Shelby. Mientras caminaba cojeando por la acera, se dio cuenta que en sus labios había una leve sonrisa ante el pensamiento, pero cuyo gesto se desvaneció al recordar que Shelby se encontraba de gravedad y, por lo tanto, el bebé y ella estaban en peligro. Y todo por culpa suya. En primer lugar, ¿por qué había elegido a esa hermosa chica? Es decir, ¿Por qué no lo pensó bien? Le desgració la vida a una hermosura de persona sin pensar en las consecuencias, pero por lo menos estaba consciente de que en ese entonces, él no era el mismo de ahora. Él estaba cegado por la muerte y el dolor. Shelby le había dado una razón más para valorar mejor la vida. No le quitó la deliciosa satisfacción de matar personas, pero si le redujo el nivel de demencia. Y ahora se sentía impotente. Y más que nada debía matar a Marlon Blake y tratar de hablar con Dorian Tyler, por el bien de Shelby. Pero para remediar su vida, lo mejor era entregarse al FBI y vivir de por vida en prisión, pagando por sus crímenes. Aunque eso significaría que no vería crecer a su hijo ni vería a Shelby nunca más. Era un sacrificio muy bueno. Nadie merecía morir por él. Nadie más. Solo Marlon Blake y Norman White. Y bueno, un poco Gabriel McCall. Caminó unas calles y llegó hasta un pequeño parque que desconocía por completo y se situó en una banca de cemento para seguir pensando. Iba a ser papá. Alguien más llevaría su sangre y su apellido. Claro, si es que Shelby lo dejaba. A pesar de que independientemente no llevase el apellido Peitz, se conformaba con saber que estaba vivo. En esos momentos deseó poder estar a su lado y decirle que la amaba con toda su alma y su cuerpo. Decirle que mandaría todo al carajo por ella y se entregaría a las autoridades para así, algún día no muy lejano, su conciencia estuviese tranquila. Lo más probable fuese que jamás conocería a su bebé, ni si quiera en fotografía. Ya que moriría antes de verlo nacer o estaría en prisión. Sonrió ligeramente y miró al cielo que comenzaba a oscurecer. Miró disimuladamente a una pareja de novios que sostenían a su hijo de cada mano, ayudándole a caminar y entre risas, el niño lograba dar pasos lentos y pesados, pero sin dejar de sonreír. Cuando pasaron junto a él, Egon le sonrió al niño y este le devolvió la sonrisa entré pucheros. Un hijo...

Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora