28

10.3K 774 31
                                    

Shelby leyó más de tres veces el mensaje que Egon le envió por última vez y se envolvió entre las sábanas que aún tenían su aroma y gruñó. Se obligó a dormir sin sábanas con el frío sereno de la noche. Era mejor pasar frío que estar con las fosas nasales inundadas del olor de un chico que tanto detestaba y a la vez le encantaba. Era ilógico. Odiaba y repudiaba la hora en el que se le ocurrió ayudarle. Era simplemente una tonta. Le encantaban los delincuentes, sí, pero parecía ser que Egon aparte de serlo, era un esquizofrénico o tenía un trastorno grave de la personalidad. Tenía dos días libres antes del fin de semana y no estaba dispuesta a quedarse recluida en su casa como una anormal y menos por órdenes de ese idiota. Pensó en la mejor manera de divertirse y después se durmió con una leve sonrisa maliciosa en los labios. A ella no le agradaba en lo absoluto salir a bares o a discotecas, pero era una buena manera de sacudirse el mal sabor de boca que Egon Peitz había provocado. A pesar de que no tenía con quién ir, inmediatamente pensó en Trenton Rex. Él, sin dudarlo un segundo la acompañaría, aunque su noviecita estuviera en contra. Y para que pudiese salir a disfrutar hasta el amanecer, tenía que esperar a que fuera viernes.

«Egon Peitz»

—Es el colmo que esa chica te haga perder la cabeza, Egon—le dijo Martha con los brazos cruzados al pecho, mirando como él destrozaba a golpes un viejo costal de boxeo que ella guardaba en el sótano. Egon había llegado hecho una fiera, y al entrar, rápidamente se quitó la playera y bajó al sótano sin decir una palabra. Comenzó a golpear el costal con tal brutalidad que Martha tuvo que arreglárselas para hacerlo hablar. Y él, encolerizado le relató lo que había pasado.

—Tú no sabes nada—replicó Egon, con la voz entrecortada.

—La abofeteaste. Sí, entiendo. Pero no logro concebir por qué estás tan molesto, es solo un golpe. ¿Qué tiene de malo en eso? Además, has matado personas, y a ella solamente le diste una bofetada, incapaz de hacerle daño de gravedad.

—Eso lo sé. Pero creo que me pasé de idiota—le propició otro puñetazo al costal y se limpió el sudor de la cara con el antebrazo. Sus nudillos parecían estar acostumbrados a sanar de forma salvaje al igual que el resto de su cuerpo.

—Explícame cuál es la verdadera razón por la que estás furioso.

—Estoy furioso porque le di mi puñetera palabra de no hacerle daño y terminé lastimándola como un animal.

Instinto. Llámalo instinto.

—¿Instinto? —dejó de masacrar el costal y la miró durante un momento. Después cogió su camisa y se limpió la cara con ella—yo diría «instinto imbécil».

—A ver, Egon—interpuso ella, con el rostro duro y él apenas le hizo caso, ya que había vuelto a prestarle atención al costal. Sus nudillos, que todavía seguían heridos, y con los nuevos golpes, le sangraron a través de las vendas, pero eso lo motivaba a seguir desatando su furia—el único animal que carece de sentimientos y emociones es el tiburón.

—¿A qué viene eso? —frunció el ceño, al tiempo que le daba una patada al costal.

—Los criminales como nosotros, sufrimos la misma anomalía que los tiburones.

—¿Anomalía? —golpeó tan fuerte ese pedazo de porquería y sintió un calambre extenderse por todo su brazo. Gruñó, pero eso no lo detuvo.

—No sientes ningún remordimiento al matar, ni yo tampoco. No me causa lástima ni compasión nada.

—Mis emociones fueron arrebatadas cuando era muy pequeño—pateó una vez más el costal y se dejó caer al suelo con la respiración agitada—pero explícate. Te estoy entendiendo un rábano.

Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora