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Cuando entró a la habitación del hotel, con el recepcionista de ahí, quién se había ofrecido a cargar a Egon en cuanto la vio llegar con él desmayado, Shelby sintió náuseas. El olor a sangre la mareaba, pero tenía que ayudarlo.

—¿Necesita ayuda, señorita? Su novio está herido y ha perdido mucha sangre.

—Necesito alcohol, vendas y algodón—dijo distraída. Se lavó las manos y regresó para comenzar a quitarle aquella ropa manchada de su propia sangre. El recepcionista asintió y echó a correr fuera de la habitación. Le acarició la mandíbula y besó sus labios mientras le quitaba la ropa, dejándolo solamente en bóxer. —Me dijiste te amo—susurró, emocionada—no pensé que salvándote la vida me lo dirías.

Egon juntó las cejas sin abrir los ojos. Movió de un lado a otro la cabeza, provocando que la herida de su sien sangrara de nuevo. Shelby se quitó la camisa y la sustituyó por una blusa sin mangas para no mancharse. Llamaron a la puerta y se apresuró a abrir. Era el recepcionista.

—Aquí tiene—dijo y depositó lo encargado en la cama. Shelby comenzó a limpiarlo— ¿Puedo preguntar qué le pasó?

—Un sujeto le disparó por accidente mientras comíamos—hizo una mueca—fue un roce de bala. Se salvó por gracia divina.

—Oh—asintió—hace un rato hubo disparos cerca de aquí, en un McDonald's.

—Fue exactamente ahí donde una bala perdida lo atacó sin previo aviso—apretó los labios y le pasó una bola de algodón remojado en alcohol a Egon, cerca de la herida. Él gruñó.

—Entonces deberían ir a la policía.

—No. Así estamos bien—repuso ella y miró de soslayo al recepcionista—y un favor voy a pedirte.

—Claro.

—Ni una palabra a nadie de esto. Nosotros no estuvimos aquí y mucho menos en medio de ese atentado, ¿okey?

Había imitado a la perfección la expresión oscura y neutra que Egon siempre optaba para que nadie interrogara sus indicaciones. Había creado una máscara de piedra igual a la suya.

—Eh, sí. Por supuesto—frunció el ceño— ¿Puedo ayudar en algo más?

—No. Muchas gracias, ahora necesito limpiarlo y dejar que descanse.

Dicho eso, el recepcionista hizo un gesto afirmativo y abandonó la estancia cerrando la puerta tras de sí. A medida que borraba las manchas de sangre de su rostro y cuello, sintió un dolor profundo en el pecho al verle el rostro relajado de ese chico que yacía inconsciente en la cama. De la herida fluía un hilillo tenue de sangre que logró evitar con vendas y algodón. Le acunó la cara entre sus manos y besó sus labios, después sus mejillas y luego su frente. Besó sus ojos, sus pestañas negras, largas y rizadas. Sus pobladas cejas oscuras y la punta de su nariz.

—Despierta, Egon. Despierta—murmuró con los labios contra su piel cálida. Pasó las manos por su pecho descubierto y besó cada una de sus cicatrices, señal de peleas antiguas o de torturas. Y se estremeció. ¿Cuánto había sufrido ese chico y aguantado tanto? Ella misma hubiera perecido a ese punto. No le gustaba saber que había tenido una infancia agradable y él no. Apretó los puños y deseó que Egon no sufriera más. Cada golpe que había sentido él, cada dolor, cada lágrima comprimida en su alma, a ella le dolía. Le acarició la cara durante bastante tiempo, susurrando su nombre en silencio, tratando de hacerlo volver a la consciencia. Y no se dio cuenta en qué momento se quedó dormida, porque despertó mucho después y en otra posición. Y Egon ya no estaba a su lado. Abrió los ojos poco a poco y se encontró el rostro más bello jamás visto frente al suyo, que la miraba con una sonrisa dulce. ¡Una sonrisa dulce!

Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora