La preocupación que determinaba el estado emocional de Shelby era frustrante. Habían pasado veinte minutos después de las once de la mañana y ya comenzaba a enfadarse. No era posible que Egon la dejase plantada en el campus trasero de la escuela en donde nadie se atrevía a ir a causa de que las instalaciones de un edificio viejo de ahí llevaban alrededor de treinta años en mal estado a causa de un incendio. Los veinte minutos se los había pasado de un lado a otro, caminando y pateando rocas con los tenis sin tener la menor intención de guardar la calma y esperar. A menos que él fuera en días posteriores al "mañana" y ella lo había interpretado de forma literal. Se detuvo un rato a descansar sobre lo que quedaba de una silla de cemento cerca del viejo edificio y se puso a contar del número 1 al 1000 en lo que Egon llegaba.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... —comenzó a contar con los ojos cerrados y con la voz elevada—siete, ocho...
—... nueve, diez, once, doce...
Abrió los ojos, sobresaltada y se encontró con la mirada oscura de Egon a unos pies de distancia. Shelby lo miró estupefacta de pies a cabeza. Llevaba puesta ropa muy distinta a la que había usado los días anteriores, e incluso se miraba bien duchado y perfumado. Una sonrisa divertida atravesó sus labios y comenzó a caminar hacia ella.
—De seguro te estarás preguntando quién me habrá dado esta ropa, ¿no? —dijo él, riéndose. Se sentó junto a ella y postró sus ojos rápidamente en su cuello. La sonrisa de sus labios fue desvaneciéndose a medida que le escrutaba con más atención— ¿qué demonios son esas marcas en tu cuello?
Alargó una de sus manos con la intención de tocarla, pero ella se apartó de golpe, y él, siendo consciente de las intenciones de Shelby al tratar de ocultar esas marcas, se apresuró a sujetarla del brazo con una mano y con la que le quedaba libre le examinó seriamente el cuello.
—¿Recuerdas mi collar de revólver? —le preguntó ella a su vez, con nerviosismo. Él ni si quiera la miró. Sus ojos seguían sobre su cuello—bueno, pues creo que soy alérgica y...
—¿Quién infiernos te hizo esto? —gruñó enfurecido, pero al notar que ella se quedaba en silencio, perdió la cabeza— ¡Dímelo! ¿Quién te ha hecho esto?
—No es nada—apartó su mano con brusquedad y se levantó de la silla de un salto. Él hizo lo mismo.
—Ay, ¿con quién crees que estás hablando? Yo le he provocado este tipo de marcas a mis víctimas después de estrangularlas, y dadas las circunstancias, que sé reconocer cuando alguien quiere quebrarle la tráquea a otra persona, sé perfectamente que esto es obra de un imbécil que quería, por todos los medios, deshacerse de ti—espetó—ahora dime, ¿Quién trató de matarte?
Los ojos de Shelby se llenaron de lágrimas de incertidumbre e intriga. No pudo seguir reprimiendo las ganas de llorar ante semejante susto que había pasado en la madrugada y sin contar con la protección de alguien a quién acudir. Pensó que quizás él llegaría a protegerla, pero no fue así, y ahora que lo tenía otra vez frente a ella, no controló sus emociones. Le dio la espalda, sollozando e hipando sin poder detenerse. Incluso su respiración era agitada y pegajosa.
—Deja de llorar y dime quién te hizo daño—oyó a Egon peligrosamente cerca de su oreja y negó con la cabeza— ¿No quieres que encuentre a ese hijo de perra? ¿Temes que lo asesine? —siseó, encolerizado—pues no te estoy pidiendo permiso. Lo mataré sin miramientos.
—No—consiguió decir entre jadeos. Sorbió por la nariz y se dio la vuelta para encararlo—no sé quién lo hizo.
—¿Qué? ¿Cómo qué no sabes quién trató de estrangularte? —frunció el ceño con mayor profundidad. Sus perfectos labios parecían una fina línea recta.
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Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)
Misterio / SuspensoDicen que los asesinos y criminales para que puedan ejercer su labor de asesinar o torturar, necesitan tener atrofiado una parte del cerebro que les impida tener emociones y sentir lo sentimientos que una persona normal tiene. Psicólogos han llegado...