Alucard levantó la mirada desde su posición hasta la luna roja que brillaba en lo alto del cielo nocturno. Sus filosos dientes eran mostrados por su enorme sonrisa y resaltaban por la sangre que brillaba intensamente e incluso escurría un poco, aunque no pasaba mucho antes de que el vampiro la lamiera.
No importaba a cuantas personas devorase día y noche, nada saciaba su hambre. No eran suficientes, no eran Zack.
No quería, necesitaba enterrar los dientes en el suave cuello del joven y drenar cada gota de vida de su cuerpo; después de todo si amas a alguien lo quieres mantener a tu lado para siempre y no existía mejor manera de hacerlo que devorándolo.
Se levantó de su sitio en cuanto su última víctima desapareció por completo. Un pesado suspiro escapó de sus labios mientras acomodaba su sombrero y por un momento su sonrisa se desvanecía con irritación.
Ya había pasado una semana fuera de la mansión y tal vez ya era hora de regresar. No pudo evitar reír para sí mismo mientras sentía su boca salivar; ya lo había decidido, esa noche iba a devorar a su amo y nada se lo impediría, ni siquiera la poca moral que le quedaba.
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Camelia mantenía la cabeza gacha, sentada en el suelo de aquella habitación moretones recientes y algunas pequeñas heridas abiertas las cuales aún sangraban.
―Aksel, ¿por qué haces todo esto?
El de ojos dorados la miró y sonrió con satisfacción mientras se sentaba en el borde de su helada cama.
―Ya que se llevaron a mi niño favorito, debías reemplazarlo.
―No me refiero a eso.
―¿Entonces?
―¿Por qué culpaste de todo a Zack?
―Oh, eso.
Hubo un par de segundos de silencio, quizá cinco, ¿diez?, ¿treinta? Quizá, poco más, poco menos; irrelevante para el momento en el que Aksel sonrió de forma retorcida y al fin habló.
―Porque lo odio.
Ante la mirada escéptica de Camelia, solo se levantó y dio un par de pasos, buscando la manera de explicar mejor su punto.
―¿Cómo se atrevió el padre Alex a criarnos como hermanos? O al menos a intentarlo. Él no es nada más que un sangre sucia, hijo de una ramera pecadora; todo el tiempo deprimido y en silencio. Simplemente asqueroso; siempre fui superior a él en todos los aspectos. ¿Y sabes dónde pertenece? Bajo mis pies, ahí mismo, justo donde estás tú. Siempre me pareció... repulsiva la manera en que me miraba, con esos ojos llenos de envidia.
Tras una pequeña risilla entre dientes, continuó;
―Y no lo culpo, yo también sentiría envidia de mí mismo. ¿Me explico?
Salió de la habitación y tomó sus llaves antes de pronunciar unas últimas palabras hacia la joven.
―¿Sabes algo más? Tu hermanita apretaba mejor, y tu madre ahogaba sus gritos como una buena zorra.
Cerró y puso llave a la puerta mientras escuchaba los apresurados pasos de la joven y los azotes en la madera, logrando escuchar sus gritos agudos resonar por todo el pasillo.
―¡Te mataré, Aksel! ¡Lo juro!
No pudo evitar reír con fuerza mientras se alejaba con tranquilidad, listo para sus "sesiones" con los sacerdotes.
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En cuanto Alucard pisó la mansión algo lo alarmó con enorme consideración. No sintió la presencia ni mucho menos el aroma de su cena- su maestro.
Quiso pensar algo más, tal vez estaba abrumado por tanta sangre (algo que jamás le ha sucedido), tal vez sus sentidos no funcionaban correctamente. Sí, quizá eso era y pronto lo encontraría.
Perdió la cuenta de cuantas veces atravesó las mismas paredes una y otra vez, podía sentir a todos los demás, pero no a su maestro. ¿Dónde estaba? ¿A dónde había ido? Y sin él, que era lo peor de todo.
Buscó por todos los rincones posibles, incluso aquellos a donde su amo no se acercaba, y nada.
―¡Seras!
No pasaron ni diez segundos antes de escuchar a su lacaya detrás suyo.
―¿Sí, maestro?
―¿Donde está nuestro amo?
Al instante sintió el nerviosismo de la vampiresa y supo que algo no andaba bien.
―Salió.
―¿Hace cuánto?
Cabía la posibilidad de que aún pudiese encontrarlo cerca y no en la ciudad llena de molesta gente. Su paciencia se vio acortada incluso más al escuchar la corta risa nerviosa de la rubia seguida de un balbuceo.
―¡Victoria!
―¡Hace como dos días!
La rubia se aterró al no ver reacción inmediata del mayor, y todo fue como una cámara lenta para ella. Alucard girándose y tomándola del cuello con ojos brillando por la rabia, con un agarre tan fuerte que sentía que su cabeza sería desprendida de su cuerpo en cualquier segundo.
―¡¿Y no han hecho nada para encontrarlo?! ¡¿Por qué carajo no me avisaste antes?!
La joven vampiresa habló con dificultad, sin poner resistencia alguna ante el prácticamente intento de asesinato del contrario.
―No pudimos localizarlo, y yo no puedo dejar la mansión mucho tiempo; esas fueron las órdenes del joven amo.
La rabia hervía por las heladas venas del vampiro mientras temblaba, sintiendo unas profundas ganas de arrancarle la cabeza con todo y columna vertebral a la vampiresa.
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Zack recobró una pequeña parte de su conciencia, demasiado drogado como para distinguir algo del lugar, o mirar cualquier cosa en particular.
Su cuerpo permanecía tirado en el frio suelo, pero era incapaz de sentir algo más que su cabeza dando vueltas y sus pensamientos incoherentes entremezclados con las palabras que era capaz de escuchar.
Borrosa, su mirada se elevó hacia arriba al ver un par de brillantes zapatos negros de charol frente a él, sin ser capaz de sentir la mano que tomaba su mentón para elevar un poco su cabeza.
La vista de la otra persona era algo que Alucard disfrutaría sin duda alguna; las muñecas del joven permanecían con grilletes pesados, no llevaba su camisa puesta mientras en su antebrazo derecho había un enorme moretón junto a marcas de inyecciones, sus ojos apenas abiertos; su mirada perdida en la nada y un rastro de saliva en la comisura de sus labios, además de marcas de semen seco en su rostro y abdomen. No cabía duda que había conseguido arruinar al joven maestro.
―No debiste tomar mis notas tan a la ligera, amor.
Todo lo que recibió como respuesta fue un sonido similar a un gemido, que logró ponerlo cachondo en un segundo.
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Héritier (Alucard)(Hellsing)
FanfictionAlucard x Male OC Debía hacerlo, incluso si no era lo que deseaba. No tenía otra opción, sabía que tarde o temprano ocurriría, la terquedad humana lo hacía evidente. Ya no se trataba de sus deseos, se trataba de la necesidad del mundo. Hellsing no p...