-ᴘʀᴏᴛᴇᴄᴛɪᴠᴇ ᴀʟᴘʜᴀ-

Capítulo 39

Luffy suspiro un poco con aburrimiento, ¡Salieron de la isla del cielo hace unas horas!

Ahora van a otro destino, donde seguramente será el mejor lugar también. Podía sentir la emoción que lo carcomía.

Fijó su mirada al frente, viendo a su espadachín subir al nido de cuervos con clara amargues.

Su mirada bajo a una decaída, mirando el árbol de mandarinas de Nami, sin saber que hacer realmente.

Debía arreglar de mejor manera las cosas con Zoro, no podía seguir con un ambiente tenso entre él y su primer oficial.

Comenzó a caminar hacia el nido de cuervos también, estirando sus brazos y catapultándose hacia arriba.

Al llegar, vio como el espadachín lo veía sorprendido de que estuviera allí.

Luffy sonrió, sentándose a su lado, colocando fuertemente su sombrero en la cabeza de Zoro.

Zoro, por instinto puso su mano encima del sombrero, tragando visiblemente con sus ojos llenos de confusión de ver a su capitán allí.

Pero su corazón latía desenfrenado ante la mirada brillante y la sonrisa soleada.

—Oye…—Habló Luffy por lo bajo.

Zoro suspiro tembloroso, desviando su mirada con un asentimiento.

—Capitán…—Murmuró en respuesta.

Luffy soltó una risa baja, buscando consuelo en su marca, mirando al espadachín expectante.

—¿Desde cuando eres tan formal, Zoro?—Rio, mirando al frente.

Zoro no respondió, sin saber realmente que estaba pasando.

Lufy volvió a suspirar, parecía que se había vuelto un hábito. Esta vez era un claro cansancio.

—¿Qué esta mal?—Preguntó Luffy, mirándolo con seriedad.

Zoro se sorprendió, sin apartar su mirada de la fuerte del capitán.

—No hay nada mal—Respondió, tratando de alejar los pensamientos persistentes.

Luffy cambio su expresión a una contemplativa, suavizando su mirada levemente.

—Lo volveré a repetir, Zoro. ¿Qué esta mal?—

Zoro abrió su boca para decir lo mismo, pero la mirada abierta del capitán y su olor totalmente relajado, expectante de lo que diría, lo hizo titubear.

—No lo sé—Sinceró.

No sabía qué estaba mal. No sabía porque estaba siendo condescendiente con su capitán. No sabía porque cada vez que veía esa marca morada en su clavícula le causaba repulsión o molestia estar cerca del alfa.

O tal vez lo sabía. Tal vez sabía los celos que comían su estómago de adentro hacia afuera y subían a su pecho para enredarse en su garganta.

Tal vez sabía la rabia contenida que reía en su oído y susurraba cosas que herían, cosas que le hacían saber cada vez lo que hizo, y el hecho de que su capitán no estaría con él.