Capítulo 41

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—¡Dios mío, Tom! Cuando me llamaste tuve que dejar todo tirado y venir. ¿Qué sucedió? ¿Por qué está la policía afuera? —Diana comenzó a caminar inquieta de un lado a otro, estaba temblando de preocupación—. ¿Y Vanesa? ¿Por qué me has llamado tú? ¡¿Le sucedió algo?!

—Está en su habitación, acaba de quedarse dormida.

Diana no comprendía absolutamente nada, Tom la había llamado desde el móvil de su hija diciéndole que debía volver a casa enseguida, que algo había sucedido, que por móvil no podía decirle nada. Luego había cortado y ella había tenido que dejar todo lo que estaba haciendo por regresar. En el camino casi habían arrollado a una persona, el padre de Vanesa había conducido a toda velocidad sin respetar absolutamente ninguna señalización, y ahora Tom no era claro al momento de hablar.

—¿Dormida? ¿Por qué? —El padre de Vanesa lo jaló del brazo obligándole a hablar de una vez—. ¿Qué pasó?

—No sé… ¡No sé! Vanesa me llamó y me dijo que su amigo la había llamado, asustándola…

—¿Max? —Tom asintió y pudo ver como la mujer palidecía de inmediato.

—¿Pero qué sucedió? ¿Le han hecho daño? Voy a ir a verla… ¡Habla claro, por favor!

—Cuando llegué la puerta estaba completamente abierta, y al entrar la escuché gritar. Él estaba con Vanesa sobre el sillón y… no sé, ni siquiera pude procesarlo, solo vi que estaba besándola y tocándola a la fuerza. No sé qué pasó, pero lo único que hice fue quitarlo de ahí. Estaba borracho y ahora se encuentra afuera, la policía lo tiene, pero aún está inconsciente. —Diana no necesitó oír más para salir corriendo en dirección a la las escaleras e ir por Vanesa. El padre de ella se sentó con pesadez sobre el sillón y se acarició la frente, su rostro reflejaba una tremenda preocupación y rabia. Tom no supo qué cosa decir.

—¿No le sucedió nada? —Tom negó con calma.

—Nada grave. Solo estaba asustada.

—Dios, Tom, gracias, muchas gracias. —El rubio bajó la mirada sin saber si responder o no—. Será mejor que salga, yo ni siquiera me acordaba de ese chico y ahora… De verdad que no entiendo nada.

—Un segundo. —Tom lo detuvo cuando él comenzó a dirigirse a la entrada—. Esto ya había sucedido antes… Vanesa, hace un tiempo me lo contó. —El padre de la pelirroja pareció comprender menos lo que Tom le decía—. Hace dos años, me contó que no le había dicho a nadie, pero que desde esa vez dejó de hablar y perdió cualquier contacto con Maximiliano, ahora él regresó, la buscó y… parece tener una especie de obsesión por Vanesa, no lo comprendo muy bien.

.

—¿Tienes hambre? —Vanesa negó con calma mientras se removía, y restregó sus ojos fuertemente—. ¿Segura?

—Ya, Tom, pareces mí papá. —El rubio frunció los labios y se acomodó a su lado con cuidado—. No estoy ni enferma, ni herida, no tengo ni un maldito resfrío. ¡Ni siquiera sueño! ¿Por qué me obligas a quedarme aquí? —Él la miró rápidamente y luego concentró su visión en un pequeño adorno azul sobre el escritorio de su amiga—. Tom… ya pasó, ¿sí? Estoy bien y…

—No lo comprendo —la interrumpió—, de verdad no puedo entenderte. Estás tan tranquila, como si no hubiese sucedido nada. Hace unas horas tú… te veías tan asustada.

—Pero… Él ya no está aquí, ¿no? Ni siquiera creo que se atreva a volver a aparecer por aquí luego de esto, Tom. ¿Qué esperabas? ¿Qué me quedara aquí, aterrada, traumada? No me ha hecho daño, ya te lo dije.

—¡Pero lo intentó! —Vanesa frunció el ceño y trató averiguar qué cosa era lo que tanto miraba Tom, que ni siquiera se molestó en observarla para hablar.

—¿Qué quieres que haga? No soy así, es realmente complicado que algo llegue a afectarme. No me gusta ser débil y llorona. —Su mirada se suavizó de pronto y ella se sintió aún mas confundida. Tom parecía mucho más afectado por todo que ella misma, no lo comprendía.

—Claro, comprendo… El único débil y llorón siempre he sido yo, el único cobarde.

No supo qué contestar, estaba de a poco empezando a comprender qué era lo que le sucedía a su amigo, o así lo creyó. Vio cómo Tom apretaba con fuerzas sus pantalones grises y volvía a buscar en el cuarto algo en que concentrar su mirada.

—Tom…

—No, disculpa, no sé porqué dije eso. —Él intentó sonreír, pero más bien resultó salir una mueca llena de desagrado.

Tom se sentía impotente, no había tenido el valor suficiente para moler a Max en el suelo. ¿Qué hubiese sucedido si él no se hubiese encontrado borracho? Se imaginó a él mismo acabado en el suelo, sin haber podido defender a su amiga de ese enfermo. ¿Cómo podría defender a Vanesa cuando ni siquiera podía hacerlo por el mismo?

—Lo sabes… sí lo sabes. Yo también, Tom, y está bien.

—No, no está bien —bufó y bajó la mirada cuando Vanesa se removió para recostar su cabeza en sus muslos. Ella era mucho más dura y segura que él, se preguntó si tendría incluso más fuerzas, y recordó cómo había lanzado a Adam al suelo con solo el peso de su cuerpo… por defenderlo. Se lo debía, pero ni siquiera eso había podido cumplir bien.

—Para mí está bien. —Ella cerró los ojos con fuerzas, agradeciendo que Tom no estuviese viéndola de frente para notar sus mejillas sonrojadas.

—¿Y de qué sirve?

—A mí me sirve, me sirve mucho.

Tom frunció el ceño confundido. A veces Vanesa actuaba de manera extraña frente a él, y de pronto recordó que estaban peleados por algo que aun no lograba comprender, porque ella lo había besado sin ninguna explicación y había huido.

No iba a preguntarle nada sobre eso, no sería una buena idea.

—Claro —ironizó tomando un mechón del cabello rojizo de Vanesa. Ella se estremeció y cerró los ojos intentando tranquilizarse, intentando juntar valor.

Quería decírselo, quería contarle cuánto lo quería, pero le aterraba el no saber cómo reaccionaría.

—Tom.

—¿Umm?

—Yo… —Ella tomó un largo y profundo respiro, su corazón latió con fuerzas, parecía querer escapar—. Te quiero.

Tom soltó una pequeña risita que le hizo abrir los ojos de inmediato.

—Yo también te quiero.

Vanesa comprendió una cosa que le decepcionó y la hizo volver a llorar. Tom la quería, pero no como ella a él.

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