Capítulo 27

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Tom comenzó a cabecear contra el respaldo del sillón. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero cada vez que abría los ojos estaba más oscuro. Aún tenía los pies helados de Vanesa sobre sus piernas, pero los había cubierto con su camiseta mientras utilizaba sus manos para acariciarlos. 

Ella se había vuelto a dormir. No entendía cómo podía sentirse tan cansada y dormirse cuando él había decidido ir con ella para acompañarla y conversar.

Tom también estaba un poco agotado y eso lo tenía adormilado. Ambos habían tenido una tarde dura y extraña. Un fuerte cabeceo lo hizo reaccionar y abrir los ojos de par en par.

Estaba comenzando a hacer frío, y como ya eran aproximadamente las ocho de la noche, había oscurecido.

Tom se levantó y encendió unas luces para poder ubicarse.

La estufa detrás de la puerta estaba apagada y la movió con cuidado al centro de la sala para encenderla y calefaccionar. De pronto se sintió extraño haciendo todo eso. No recordaba el momento exacto en que la casa de su amiga había pasado a ser como la suya.

Diana, e incluso el padre de Vanesa, le habían dado total libertad y confianza desde que lo habían conocido. Siempre le abrían la puerta de su casa sin problemas.

No comprendía cómo aquellas personas, a las cuales conocía desde hacía tan poco tiempo, podían ser tan acogedoras. Su vida había cambiado un poco desde Vanesa y estaba un poco preocupado por lo que eso pudiese significar.

No iba a negar que le gustara, ya que era algo que ni siquiera había podido conseguir con la familia de Georg, su mejor amigo de infancia.

Tom caminó a paso lento de vuelta al sillón. Vanesa estaba acurrucada, intentando cubrirse. Se veía sudada, tenía la frente brillante pero estaba temblando un poco, como si sintiese frío.

Estaba resfriada y no se había cuidado. Por eso a Tom no le extrañó la calentura en su frente. Tenía fiebre muy alta.

—Vanesa. —La sacudió despacio para así poder despertarla. Ella se reacomodó, parecía buscarlo por la manera en que movía sus pies y manos—. Vanesa.

—Qué —murmuró abriendo los ojos.

—Levántate, ve a la cama. —La pelirroja se negó a ponerse de pie. Estaba agotada y en ese lugar se sentía realmente cómoda—. Vamos, levántate.

—Me duele la cabeza —acabó quejándose mientras se levantaba desganada de su puesto.

—Estás resfriada, tienes la temperatura alta. No me extraña que estés sintiéndote mal si tienes fiebre. —Ella bufó y se puso de pie por fin.

Volvió a cerrar los ojos así que Tom comenzó a empujarla hacia las escaleras, riéndose disimuladamente de su actitud mientras la veía arrastrar sus pies descalzos por el suelo, ensuciándolos más.

—Sueño —murmuró Vanesa.

—Vamos, arriba, date prisa —insistió To, sin dejar de guiarla con empujones leves en la espalda—. Tendrás que lavarte esos pies. Mira, están completamente sucios por estar descalza.

—Son mis pies, ¿vale? 

El rubio asintió sin importarle que ella no lo hubiese visto.

Cuando llegaron arriba, abrió la puerta y empujó a Vanesa dentro de su habitación. Ella se dejó caer pesadamente sobre su cama.

—No te duermas. Abrígate.

—Déjame —se quejó, buscando sus sábanas para moverlas y entrar bajo ellas. Tom rodó los ojos y lanzó una manta sobre las que ella ya tenía puestas.

Vanesa se acomodó y movió de un lado a otro, hasta que hizo un espacio a su lado.

—Oye.

—No te vayas, quédate un rato más —suplicó—. No me gusta estar sola.

—Debo irme. —Vanesa gruñó y golpeó el colchón fuertemente, obligando al rubio a sentarse a su lado—. Duerme, luego me iré.

—No, no te vas —contestó ella y cerró los ojos. Le pesaban demasiado, estaba cansada.

Tom se acomodó y cruzó de brazos, impaciente por que ella se quedara rápidamente dormida y poder volver a su casa para descansar tranquilamente... y pensar, definitivamente tenía muchas cosas en qué pensar.

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