Capítulo 80

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Él parecía estar dormido, pero Vanesa no sabía que Tom no podía hacerlo con ella ahí. Hacía un poco de frío y los pies de ella rozaban los suyos a propósito.

A fuera el viento golpeaba los árboles y los hacía mecer de un lado a otro. Las ramas de uno golpeaban la ventana de Tom.

Debía parecer tenebroso, pero él ya estaba acostumbrado a eso y Vanesa por su lado lo veía más como una escena de película romántica.

Ella se atrevió a moverse un par de centímetros más cerca de él, hasta que su respiración pausada y fingida pudiese golpearle el rostro. Tom intentó no delatarse, no sabía por qué, pero sentía curiosidad y nervios por saber qué hacía ella. No se movió e intentó continuar respirando hondamente, pero quería abrir los ojos.

Su abdomen se contrajo cuando la mano derecha de ella se posó sobre su pecho y la otra trazó una línea sobre su mejilla.

Él ya no tenía dudas sobre sus propios sentimientos, y tampoco los tenía sobre los de Vanesa. Era extraño, sí, no podía negarlo, pero también agradable. Saber que ella lo quería así le hacía sentir más especial que nunca, y no entendía cómo ni por qué había sucedido.

No podía evitar mirarse al espejo y verse diferente. Ese no era él, ese no era el Tom que estaba dentro de él. Estaba harto de seguir ocultándolo, pero no sabía cómo sacarlo. Temía que Vanesa no fuese comprender qué le sucedía, por qué deseaba tanto cambiar.

Por él, por ella, porque estaba harto de todos y de todo. Por eso él tenía que hacerlo, y esperaba que ella fuese a aceptarlo y a perdonarle cuando regresara siendo quien quería.

Quiso abrazarla cuando ella le dio un corto y rápido beso en la boca. Pero se conformó con que se apegase más a su cuerpo para dormir. Él también ahora necesitaba de su calor.

.

Al amanecer Simone salió de su habitación. Debía ir temprano a hacer algunos encargos y luego ir a comprar los boletos para que Bill estuviese junto a su hermano el día de su cumpleaños. Ese sería el perfecto regalo de Tom, Simone se sentía más que emocionada por que llegase el día y ver las caras de ambos al haberse reencontrado.

Para eso debía regresar antes de que Tom despertase. Compraría las primeras cosas para comer y mandaría a encargar una torta de chocolate. Luego de tener los pasajes, se los enviaría a su mamá para que esta se los entregase a Bill también como una sorpresa.

Avanzando a paso lento, escuchó desde el interior de la habitación de su hijo unos quejidos.

¿Estaría despierto?

Acercándose, se dio cuenta de que aquellos gemidos, fuesen de lo que fuesen, no los estaba provocando Tom. Él estaba con alguien.

Simone contuvo la respiración. Eran un poco más de las seis de la mañana, sabía que Tom había salido y ya que había estado dormida, no había podido darse cuenta de su hora de llegada. No podía ser que él hubiese regresado tan tarde.

—Un segundo. —Tenía entendido que él había salido con Vanesa por su cumpleaños. Era posible que estuviesen juntos, no podía ser nadie más que ella.

Simone se atragantó con su propia saliva cuando un fuerte golpe la interrumpió. Luego no hubo mucho más ruido que el movimiento de algo.

Asustada por lo que podría encontrar del otro lado, y preocupada a la vez, abrió la puerta y vio sobre la cama de su hijo dos enormes bultos. Debían de ser ellos, pero solo uno estaba moviéndose muy cerca del otro.

Simone retrocedió y cerró con cuidado, suplicando porque ellos no la hubiesen visto. No quería pensar mal, no quería hacerlo pero fue imposible. Tom y ella algo hacían ahí adentro, y no quería ni pensar en qué podía ser.

—Oh, Dios, oh, Dios —bajó corriendo las escaleras y se arregló para salir lo más rápido posible de la casa. No sabía cómo iba a verlos a la cara cuando regresara.

.

—Tom, Tom, ya despierta.

Él se removió nuevamente, y de un manotazo dejó su mano marcada en la cara de su amiga.

Vanesa le pegó una patada debajo de las mantas y lo lanzó al suelo.

—¡VANESA!

—¡Acabas de pegarme, idiota! —ella acarició su mejilla y lo vio removerse para poder levantarse. Había tenido suerte y no se había dado contra la cómoda o la pata de la cama, pero su trasero no había tenido la misma suerte.

—Estás loca —Tom se volvió a quejar mientras acariciaba su nalga derecha y volvía a su lugar sobre la cama.

—Claro que no, casi me sacas un ojo.

—¿Por qué me molestas?

—¿Qué por qué te molesto? ¡Porque no me dejas dormir! Has estado moviéndote de un lado a otro toda la puta mañana, Tom. Qué te pasa ,¿tienes pulgas?

—Claro que no —Vanesa se cruzó de brazos y se acomodó para que él pudiese volver a recostarse. A penas Tom afirmó su cabeza sobre la almohada, sus ojos comenzaron a cerrarse. Tenía mucho sueño, y hacía frío, necesitaba acurrucarse entre las mantas y seguir durmiendo, pero Vanesa no lo dejó—. ¿Qué mierda quieres?

—Oh, siempre eres tan antipático. Tom, llevas dos horas moviéndote de un lado a otro y no me dejas espacio, me tiraste de la cama también.

Él no se molestó en abrir los ojos para mirarla, solo levantó la mano y buscó su brazo para jalarla con él. Vanesa sintió su cómodo y apretado abrazo.

Así no podía quejarse.

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