Capítulo 78

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Eran las doce cuando el cielo estaba completamente nublado y ambos acababan de salir de la sala de cine. El centro comercial había sido cerrado hacía ya dos horas con excepción de los salones en donde Tom y Vanesa habían estado. Aún quedaba una función más antes de que las puertas fuesen a cerrarse.

Acercándose demasiado rápido para el gusto de Vanesa, el invierno y el fin del año escolar estaba golpeando la puerta de su casa.

Ella no lo había pensado, pero cuando acabasen las clases ya no podría ver a Tom tan seguido. Ambos estaban juntos prácticamente casi todos los días desde que se habían conocido, había tenido demasiado suerte en ello, pero a él ya no le quedaban más de tres semanas para terminar. No estaría con ella el año siguiente en la escuela, ni Georg tampoco, y la única esperanza que tenía era que Tom repitiese el año, cosa que jamás podría suceder cuando él tenía uno de los mejores promedios de notas.

Odiaba más que nada su situación, pero agradecía que él viviese lo suficientemente cerca para poder visitarlo diariamente si se le daba la gana. Otra ventaja era que ella nunca debía ir a su casa para poder verlo por las tardes, si no que Tom se tomaba la molestia de pasar después de clases.

Avanzando por las calles y tomados vergonzosamente de sus manos, Vanesa pensó en si era o no buena idea preguntar lo que tenía en mente. Era tarde, lo sabía muy bien, pero por nada del mundo quería apartarse de él, y por muy cursi e infantil que sonase, quería aprovechar todos los momentos que tenía a su lado.

La mirada de Tom estaba perdida en el camino, faltaba aún un par de minutos para llegar a casa de él, que estaba primero en la dirección por la cual iban, pero él se había ofrecido a llevarla de todas formas. Vanesa revisó con su mano libre las cosas de su bolso en busca de sus llaves, pero no las había llevado, y aquello la impulsó un poco para poder abrir la boca.

Seguro que cuando llegase a casa tendría que patear la puerta para que diana abriese y la dejase entrar, pero con las pastillas que tomaba por las tardes dudaba que pudiese despertar. Entonces tendría suerte si había dejado la ventana de su habitación abierta en el segundo piso. No era demasiado complejo escalar.

—Yo… ¿Tom?

—¿Qué?

—Yo podría, por favor… ir contigo.

—¿Ir conmigo? ¿Dónde?

—A tú casa —Vanesa se aclaró la garganta y esquivó la mirada de confusión que Tom enseñó.

—¿A mí casa? ¿Ahora?

—Sí. —No quería que él malinterpretase sus palabras, pero no pudo evitar sonrojarse. Tom aún no podía comprender por qué ella quería ir con él.

—¿No crees que es muy tarde?

—Sí, lo sé… es que no quería ir a casa, ni siquiera he traído llaves. —Y lo iba a lamentar cuando llegase—. Olvídalo, no importa.

—No, está bien, pero no entiendo. ¿No estás cansada? Yo tengo sueño.

—Sí, también tengo sueño, pero no quería volver.

—¿Quieres quedarte en mí casa? —Vanesa asintió lentamente y mostrando una pequeña sonrisa en sus labios. Tom parecía mucho más sorprendido aún.

—No pongas esa cara, tú también te has quedado en mi casa.

—Fue un accidente, me quedé dormido.

—Vale —bufó Vanesa—. Si no quieres que vaya contigo lo entiendo, no le des tantas vueltas.

Él simplemente se rió, y ella no supo cómo interpretar su gracia. Quería ir con él simplemente, no tenía nada de malo, pero podía entender que a Tom le incomodase su presencia. Tal vez lo estaba presionando demasiado. Deseó haber guardado silencio.

Faltando menos de cien metros para llegar a la casa de Tom, Vanesa convirtió sus pensamientos en un debate sobre cuál era la manera más correcta de despedirse de él. No quería que la fuese de dejar, ella podía hacerlo sola. Sabía que Tom estaba cansado y se había ofrecido solo por compromiso. No iba a permitirlo.

—Nos vemos en la escuela el lunes. — Tom no contestó, mucho menos soltó su mano. Muy por el contrario, la sostuvo con más fuerza cuando ella intentó liberarse y los guió directamente a la puerta de su casa—. Tom, ¿qué haces?

—Dijiste que querías quedarte aquí.

—No si tú no quieres, no importa. Mejor me voy a casa.

—No, cállate y entra —él abrió la puerta—. No quiero que te vayas.

Ella no iba a discutirle. Realmente Tom nunca había sido la persona más dulce de la tierra, a veces incluso resultaba ser cruel, y aunque a Vanesa nunca le había gustado parecer demasiado fácil o mostrar debilidad ante él ni nadie, no pudo evitar obedecer e ingresar en silencio, más contenta de lo que debería estar.

Tom cerró la puerta intentando no hacer demasiado ruido, todas las luces estaban apagadas y ambos se sumergieron en un largo y profundo silencio.

—¿Todo bien? —Tom asintió luego de encender la luz.

—¿Tienes hambre?

—No, hemos estado comiendo durante todo el día. ¿Tú tienes hambre? —Tom se encogió de hombros.

—Últimamente he estado comiendo más, mi estómago debe haberse estirado o qué se yo. Voy a comer un pan y subo, ¿segura no quieres nada?

—No, Tom, temo haber engordado un par de kilos hoy.

—¿Qué? —Él parecía realmente sorprendido por sus palabras. Vanesa solo se encogió de hombros mientras avanzaba primero a la cocina—. Estás delgadísima, comes demasiado y estas siempre igual.

Tom debía de estar ciego, o quizás simplemente estaba intentando subirle el ánimo. Si no era así, realmente él necesitaba sus anteojos.

Vanesa sabía bien que había subido al menos cinco kilos de pura grasa desde que lo había conocido. No es que le echase a él la culpa, pero le parecía demasiado extraño que pensase que estaba demasiado delgada.

—Vale, necesitas cambiar esos anteojos —Tom la siguió e ingresó primero por la puerta hacia la cocina. No sentía hambre, simplemente era ansiedad, necesitaba comer para poder dormir. No le importaba engordar un poco, de hecho, era eso también lo que estaba esperando. No quería estar igual de delgado que su hermano.

—¿Segura que no quieres nada?

—Voy a subir, te espero arriba —Tom asintió y se encogió de hombros mientras buscaba qué cosa ponerle a su pan. Un poco de queso estaría bien.

Vanesa subió las escaleras escuchándolo murmurar una canción mientras ella avanzaba con calma por las escaleras. Abrió la puerta de la habitación y un fuerte aroma a él la golpeó. No sabía si Tom era igual de sucio que el resto de todos los hombres que conocía, pero siempre le había gustado su olor, y ahora lo tenía por todos lados.

La cama, como siempre, estaba desecha, un par de pantalones estaban tirados en una esquina y un par de bóxers azules estaban cerca de sus pies. No iba a quejarse por ello, después de todo, ella le ganaba a Tom cuando de desorden se trataba, y su ropa interior sucia estaba por todas partes.

Avanzando hasta la cama se sentó a esperar. Podía oír ronquidos que seguro eran de Simone. No eran como los de su padre, así que supuso que ella estaría resfriada o algo por el estilo.

Cuando la puerta de la habitación se abrió, Tom entró con un plato en sus manos y un tazón en la otra.

—Ten, es té. —Ésta vez Vanesa lo aceptó con gusto.

—Gracias. —Ella esperó que Tom se sentase a su lado, pero fue directamente hasta el armario y rebuscó una camiseta entre sus cosas.

—Si necesitas algo más, estaré en la habitación de mi mamá. —Pensó que estaba bromeando, hasta que él le dejó la prenda sobre la cama y regresó hasta la puerta aún con el plato en la mano.

Tom iba a dormir con su mamá.

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