Capítulo 83

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—Eres demasiado injusta —Tom se quejó, y dando un pequeño salto, intentó levantar un poco más a Vanesa que estaba arrastrándose por su espalda cada vez más abajo.

—Perdiste, ahora debes cumplir con lo acordado. A mi casa, por favor.

Ella señaló el camino, aunque Tom lo conocía perfectamente. Su juego era infantil, ambos lo sabían, pero él había aceptado el reto de Vanesa muy seguro de que iba a ganarle. De todas formas era rápido, pero nunca habría imaginado que tropezaría en medio de la acera. Ella había tomado demasiada ventaja mientras él se había puesto de pie y había llegado a la escuela antes que él. A la hora de la salida él no podía dejarla caer al suelo mientras la llevase en su espalda, si lo hacía tendría que intentarlo el día siguiente, o el siguiente, hasta conseguirlo. Así lo habían acordado, sin diferencias, si Vanesa perdía ella lo llevaría, de todas formas Tom no pesaba demasiado. El único problema es que él se había confiado demasiado.

—Vanesa, vas a romperme.

—¡Cállate! Los caballos no hablan, ¡arre!

—Es en serio.

—¡Arre, caballo desnutrido!

Tom no volvió a quejarse, pero en cada esquina se detenía y aplastaba contra una muralla a Vanesa para alivianar su peso. Temió que luego no pudiese erguirse y se quedase inclinado por siempre. Ella sí pesaba un poco.

Doscientos metros antes de llegar a casa de Vanesa, un enorme perro se cruzó en su camino. Los miró atentamente, y cuando empezó a seguirlos, Vanesa comenzó a desesperarse.

Los perros grandes le aterraban, y el estar con Tom no servía de nada, eso más nervioso estaba poniendo al animal.

—Tom, bájame.

—¿Qué? Pero si ya no queda nada.

—Tom, el perro.

—Ignóralo.

Pero no podía hacerlo, y aunque ella se removió intentando bajarse por cuenta propia, Tom la sostuvo con todas sus fuerzas y aumentó la velocidad.

El animal ni siquiera les había ladrado aún, no hasta que Vanesa empezó a lanzarle los pedazos de papel que tenía en los bolsillos.

—¡Tom!

—¡Tú lo hiciste enojar! —El perro empezó a seguirlos cada vez más rápido, y Vanesa pateó a su amigo en las piernas para que corriera.

El animal había sido claramente indefenso hasta que ella lo había comenzado a molestar. Tom no tuvo tiempo ni siquiera de bajar a su amiga de su espalda antes de comenzar a correr. 

Definitivamente ese perro no era muy amigable. No quería terminar el año mordido por ese enorme animal. Fácilmente podía matarlos a los dos. Quizás si le lanzaba a Vanesa como presa podría salvar su vida, pero tampoco era tan malo como para hacer algo así.

Comenzó a asustarse cuando el animal comenzó a gruñir y a ladrar. Correr con alguien sobre su espalda quizás no era la mejor idea, especialmente porque el perro estaba poniéndose nervioso.

—¡Corre rápido!

—¡Eso intento!

—¡Corre, corre, corre! ¡Tom! 

Tom aumentó la velocidad, bastante complicado por llevar los kilos extra de Vanesa en la espalda. El perro empezó a correr más rápido detrás de ellos y Vanesa gritó histérica.

Sabían que si el animal hubiese querido atacarlos, ya lo hubiese hecho, pero ella no pudo evitarlo. Les tenía pavor.

Al parecer solo estaba intentando echarlos de su territorio. Era una amenaza que ellos se estaban tomando muy en serio.

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