|CAPITULO 8|

0 0 0
                                    

— ¡No! ― Grito, y me arrojo hacia delante. Es demasiado tarde para detener el descenso del brazo, e instintivamente sé que no tendré poder para bloquearlo. En vez de eso me lanzo directamente entre el látigo y Gale. He levantado los brazos para proteger tanto de su cuerpo roto como sea posible, así que no hay nada para desviar el látigo. Recibo toda su fuerza a través del lado izquierdo de mi cara.

El dolor es cegador y espontáneo. Fogonazos irregulares de luz cruzan mi campo de visión y caigo de rodillas. Una mano sobre la mejilla mientras la otra impide que me caiga. Ya puedo sentir el verdugón formándose, la hinchazón cerrando mi ojo. Las piedras debajo de mí están húmedas con la sangre de Gale, el aire pesado con su olor.

— ¡Páralo! ¡Lo vas a matar! ― Chillo.

Veo fugazmente el rostro de mi asaltante. Duro, con líneas profundas, una boca cruel. Pelo gris afeitado casi hasta la no existencia, ojos tan negros que parecen ser todo pupilas, una nariz larga y recta enrojecida por el aire helado. El poderoso brazo se eleva de nuevo, con la mirada puesta en mí. Mi mano vuela a mi hombro, con hambre de una flecha, pero, por supuesto, mis armas están escondidas en el bosque. Aprieto con fuerza los dientes en anticipación al siguiente latigazo.

— ¡Espera! ― Ladra una voz. Haymitch aparece y tropieza sobre un agente de la paz que yace en el suelo. Es Darius. Un inmenso chichón morado empuja a través del pelo rojo en su frente. Está noqueado pero aún respira. ¿Qué pasó? ¿Intentó él venir en auxilio de Gale antes de que yo llegara?

Haymitch lo ignora y me levanta con brusquedad.

— Oh, excelente. ― Su mano se cierra bajo mi barbilla, alzándola. ― Tiene una sesión de fotos la semana que viene posando con trajes de boda. ¿Qué se supone que debo decirle a su estilista?

Veo una chispa de reconocimiento en los ojos del hombre con el látigo. Abrigada contra el frío, mi cara libre de maquillaje, mi trenza metida sin cuidado debajo de mi abrigo, no sería fácil identificarme como la vencedora de los últimos Juegos del Hambre. Especialmente con la mitad de mi cara hinchándose. Pero Haymitch ha estado apareciendo en televisión durante años, y sería difícil de olvidar.

El hombre se apoya el látigo sobre la cadera.

— Interrumpió el castigo de un criminal confeso.

Todo lo relacionado con este hombre, su voz autoritaria, su extraño acento, avisa de una amenaza peligrosa y desconocida. ¿De dónde ha venido? ¿Del Distrito 11? ¿Del mismo Capitolio?

— ¡No me importa si hizo explotar el maldito Edificio de Justicia! ¡Mira su mejilla! ¿Crees que eso estará listo para las cámaras en una semana? ― Ruge Haymitch. La voz del hombre todavía es fría, pero puedo detectar algo de duda.

— Eso no es problema mío.

— ¿No? Bueno, pues está a punto de serlo, amigo mío. La primera llamada que haré cuando llegue a casa será al Capitolio. ― Dice Haymitch. ― ¡Averiguaré quien te ha autorizado a estropear la cara bonita de mi vencedora!

— Él estaba cazando furtivamente. ¿Qué tiene que ver con ella, en cualquier caso? ―Dice el hombre.

— Es su primo. ― Ahora Peeta sostiene mi otro brazo, pero con suavidad. ― Y ella mi prometida. Así que si quieres llegar a él, tendrás que pasar sobre los dos. Tal vez seamos nosotros. Las únicas tres personas en el distrito que podrían presentar una resistencia como esta. Aunque seguro que será temporal. Habrá repercusiones. Pero por el momento, todo lo que me importa es mantener a Gale con vida. El nuevo agente de la paz en jefe mira a su brigada de refuerzo. Con alivio, veo que son rostros familiares, viejos amigos del Quemador. Puedes ver en sus expresiones que no están disfrutando del espectáculo. Una de ellos, una mujer llamada Purnia que come con regularidad en el puesto de Sae la Grasienta, avanza un paso muy tensa.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora