|CAPITULO 14:EL PUENTE DE BLACKFRIARS|

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Veinte puentes desde la Torre a los Kew
querian saber lo que el Río sabia,
porque eran jóvenes y el Támesis viejo,
y éste es el cuento que él les contó.
RUDYARD KIPLING, El cuento del Río


Al atravesar la verja del Instituto, Tessa se sintió como la Bella Durmiente dejando el castillo tras la pared de espino. El Instituto formaba el centro de una plaza, y las calles salían de ésta cada una en una dirección cardinal y se hundían en estrechos laberintos entre las casas. Aún con la mano sujetándole cortésmente el codo, Jem guió a Tessa por un estrecho pasaje. El cielo sobre sus cabezas parecía de acero. El suelo seguía húmedo por la lluvia que había caído antes, y las paredes de los edificios, que parecían presionar por ambos lados, estaban manchadas de humedad y de oscuros residuos de polvo.

Jem hablaba mientras caminaban; no decía nada de gran importancia, pero mantenía una charla tranquilizadora: le contaba lo que había pensado de Londres al llegar allí, cómo todo le había parecido de un tono gris uniforme, ¡incluso la gente! No se podía creer que pudiera llover tanto en un lugar, de una forma tan incesante. Le había parecido que la humedad se alzaba del suelo y le calaba en los huesos, y había creído que acabaría saliéndole moho, como a un árbol.

—Al final te acostumbras —comentaba cuando salieron del estrecho pasaje a la amplia Fleet Street—. Hasta cuando te parece que te podrías escurrir como una sábana.

Recordando el caos de la calle durante el día, Tessa se sintió aliviada al ver llegar la noche: Londres era mucho más tranquilo, y las apelotonadas masas habían desaparecido y tan sólo se cruzaban con alguna persona de vez en cuando, con la cabeza gacha, caminando por la acera entre las sombras. Aún había carruajes y jinetes en la calle, aunque ninguno pareció fijarse en Tessa y Jem.

¿Un glamour? Tessa se preguntó si sería eso, pero no quiso indagar. Estaba disfrutando oyendo hablar a Jem. Ésa era la parte más antigua de la ciudad, le dijo, donde Londres había nacido. Las tiendas que flanqueaban las calles estaban cerradas, con las persianas bajadas, pero los anuncios aún los llamaban desde todos lados; anuncios de cualquier cosa, desde el jabón Pears a tónico para el cabello pasando por lámparas de parafina y anuncios que animaban a la gente a
asistir a una conferencia sobre espiritualidad. Mientras caminaba, Tessa vislumbró varias veces las torres del Instituto entre los edificios, y no pudo evitar cuestionarse si alguien más las podría ver. Recordó a la mujer loro, con piel verde y plumas. ¿Estaba el Instituto realmente escondido a simple vista? La curiosidad pudo con ella y se lo preguntó a Jem.

—Déjame que te enseñe algo —contestó él—. Para aquí. —Tomó a Tessa por el hombro y la hizo volverse de cara al otro lado de la calle. Señaló—. ¿Qué ves ahí?

Tessa miró la calle entrecerrando los ojos; se hallaban cerca del cruce de Fleet Street con Chancey Lañe. No parecía haber nada notable en ese lugar.

—La fachada de un banco. ¿Qué más debería ver?

—Ahora deja que tu mente vague un poco —dijo él, aún con la misma voz baja—. Mira hacia otra cosa, como si evitaras mirar directamente a un gato para no asustarlo. Vuelve a mirar el banco, con el rabillo del ojo. Ahora ¡míralo directamente muy de prisa!

Tessa hizo lo que le decía, y se quedó boquiabierta. El banco ya no estaba; en su lugar había una taberna con el techo medio de madera y grandes ventanas con vidrios en forma de diamante. La luz del interior estaba teñida de un tono rojizo, y por la puerta abierta salía más luz roja hacia la calle. Entre el humo, a través de los vidrios, se movían oscuras siluetas; no las formas familiares de hombres y mujeres, sino siluetas demasiado altas y delgadas, extrañamente alargadas o con
demasiados miembros para ser humanas. Las carcajadas interrumpían una música suave y cantarína, seductora y evocadora. Un cartel colgaba sobre la puerta, mostrando a un hombre que le retorcía la nariz a un demonio cornudo.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora