4|UN VIAJE|

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La amistad es una mente en dos cuerpos.
MENCIUS


Charlotte estrelló el papel contra el escritorio con una exclamación de rabia.

—Aloysius Starkweather es el más terco, hipócrita, obstinado, degenerado... —Se calló, en un evidente intento de controlar su rabia.

Tessa nunca le había visto la boca más apretada a la directora del Instituto.

—¿Quieres un diccionario de sinónimos? —preguntó Will. Se hallaba tumbado en uno de los
sillones orejeros cerca de la chimenea del salón, con las botas sobre la otomana. Las tenía llenas de barro, y el sofá ya lo estaba también. En un día normal, Charlotte le hubiera reñido, pero la carta de Aloysius que había recibido esa mañana y por la que había reunido a todos en el salón parecía absorber toda su atención—. Parece que se te acaban las palabras.

—¿Y realmente es un «degenerado»? —preguntó Jem, ecuánime, desde las profundidades de otro sillón—. Quiero decir, el viejo tiene casi noventa años, sin duda ya le ha pasado la época de
cualquier perversión auténtica.

—No sé —repuso Will—. Te sorprendería lo que llegan a hacer algunos de los viejos en la Taberna del Demonio.

—Nada de lo que haga alguien que tú conoces podría sorprendernos, Will —intervino Jessamine, que estaba tumbada en el diván, con un trapo húmedo sobre la frente. Aún no se le había pasado la jaqueca.

—Cariño —dijo Henry con ansiedad mientras iba hacia donde se hallaba sentada su esposa—,
¿estás bien? Se te ve un poco... a topos.

No se equivocaba. Manchas rojas de ira le habían cubierto el rostro y el cuello a Charlotte.

—Me parece encantador —señaló Will—. He oído que los topos son el último grito en moda esta
temporada.

Henry, inquieto, le dio unas palmaditas a su mujer en el hombro.

—¿Quieres un paño frío? ¿Qué puedo hacer para ayudarte?

—Podrías cabalgar hasta Yorkshire y cortarle la cabeza a ese viejo chivo. —Charlotte sonaba a punto de hacer una locura.

—¿No nos pondría eso en una posición bastante incómoda con la Clave? —preguntó su esposo—. No les suele gustar mucho lo de, ya sabes, las decapitaciones y cosas así.

—¡Oh! —exclamó la directora exasperada—. Es mi culpa, ¿no? No sé por qué pensé que me lo podía ganar. Ese hombre es una pesadilla.

—¿Qué te ha dicho exactamente? —preguntó Will—. En la carta, quiero decir.

—Se niega a verme, a mí o a Henry —explicó ella—. Dice que nunca perdonará a mi familia por
lo que le hizo mi padre. Mi padre... —Suspiró—. Era un hombre difícil. Totalmente fiel a la letra de la Ley, y los Starkweather siempre han interpretado la Ley de un modo más abierto. Mi padre pensó que allí en el norte vivían de cualquier manera, como salvajes, y no tuvo ningún reparo en decirlo. No sé qué más hizo, pero el viejo Aloysius parece que aún se siente personalmente insultado. Por no hablar de que también ha dicho que si me importara realmente lo que él piensa sobre algo, lo habría invitado a la última reunión del Consejo. ¡Como si yo estuviera a cargo de ese tipo de cosas!

—¿Por qué no lo invitaron? —inquirió Jem.

—Es demasiado viejo; no debería estar dirigiendo el Instituto. Pero se niega a renunciar y, por
ahora, el cónsul Wayland no le ha obligado a ello, pero tampoco lo invita a las reuniones del
Consejo. Creo que espera que Aloysius se dé cuenta de la insinuación o simplemente muera de viejo. Pero el padre de Aloysius vivió hasta los ciento cuatro años. Puede que tengamos que aguantarlo como otros quince años. —Charlotte movió la cabeza, desesperada.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora